El vecino del 4B

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Capítulo 2 Capítulo Dos - Seth

Giré la perilla y abrí.

Me quedé paralizada. Ahí estaba un hombre alto, de cabello castaño oscuro y ojos grises que parecían atravesarme. Su torso desnudo estaba perfectamente definido, y solo llevaba puesta la parte inferior de su pijama, floja y despreocupada. Mi respiración se detuvo por un segundo.

—Hola —dijo con una voz grave, segura, que me hizo temblar un poco—. Soy Seth, tu vecino de al lado.

Parpadeé, sin poder articular palabra. Él sonrió, cruzando los brazos sobre su pecho, con esa naturalidad que me hizo sentir que estaba invadiendo mi espacio sin siquiera intentarlo.

—Anoche… creo que te interrumpí mientras… bueno, estaba teniendo un momento privado —dijo, con un toque de humor que me hizo ruborizarme sin poder evitarlo—. No estoy acostumbrado a tener vecinos, porque este apartamento siempre estuvo vacío. Así que me acostumbré a hacer ruido.

Se inclinó ligeramente hacia mí, apenas un gesto, y añadió:

—Y lo seguiré haciendo. Así que… te recomiendo que uses tapones para los oídos —dijo poniéndome un paquete de tapones en la mano.

Sin esperar respuesta o reacción, se dio la vuelta con naturalidad y cerró su puerta, dejándome ahí, en el pasillo, con la boca abierta y el corazón latiéndome con fuerza.

Me quedé unos segundos más apoyada contra la puerta, con el paquete de tapones todavía en la mano, mientras mi cerebro trataba de procesar su descaro. Lo había dicho con tanta naturalidad, como si interrumpirme mientras… bueno, mientras él se daba placer fuera lo más normal del mundo. Y ahí estaba yo, roja, confundida y algo… furiosa.

Sin pensarlo, lancé los tapones contra la pared, dejándolos caer al suelo con un ruido seco. —¡Maldita sea! —murmuré para mí misma, agobiada—. Tengo que irme.

Salí del apartamento con rapidez, cerrando la puerta tras de mí, intentando apartar de mi cabeza la imagen de su torso desnudo y de esos ojos grises que me habían atravesado como una descarga. Mis piernas temblaban un poco, pero no podía detenerme; tenía que concentrarme en el trabajo.

Conduciendo hacia el restaurante, intenté centrarme en la calle, en el tráfico, en cualquier cosa que me sacara de aquel embrollo de pensamientos. Pero no funcionó. Mi mente se llenó de recuerdos de anoche, y de repente, la cara y el cuerpo de mi ex desaparecieron, reemplazados por Seth. Cada gesto, cada movimiento que había imaginado, reapareció con claridad: su pelo castaño oscuro, su torso perfecto, esa seguridad descarada.

Suspiré, apretando el volante un poco más fuerte de lo necesario, y maldije en voz baja: —¡Maldita sea, Eden! ¡Tan calenturienta siempre!

Traté de sacudir la cabeza, de concentrarme en el trabajo que me esperaba, pero un cosquilleo insistente seguía subiéndome por la espalda. Me sentía avergonzada, confundida, y excitada a la vez. Seth, con su descaro absoluto, ya había logrado desestabilizarme por completo. Y yo solo podía maldecirme a mí misma por ser tan… imposible de controlar.

Llegué al restaurante con el corazón todavía latiendo más rápido de lo normal. Traté de concentrarme en la rutina: encender las luces, revisar los ingredientes frescos, asegurarme de que todo estuviera impecable para el servicio. Pero por más que lo intentara, no podía apartar de mi cabeza la imagen de Seth cruzando la puerta de mi apartamento con esa naturalidad, con esos ojos grises fijos en mí.

Respiré hondo y me obligué a concentrarme en lo práctico. Comencé a organizar las estaciones, revisando las reservas del día y dando indicaciones a los cocineros. —Vamos a mantener todo limpio y a punto, chicos —dije, intentando que mi voz sonara firme, profesional. Por dentro, mi mente estaba en caos.

Mientras cortaba verduras y revisaba los pedidos, no pude evitar que mi imaginación volviera a él. Cada gesto que recordaba de esta mañana se mezclaba con los recuerdos de anoche. Lo visualizaba con su torso desnudo, la parte baja de la pijama floja, moviéndose sin preocupaciones, tan seguro de sí mismo. Y lo peor de todo: mi ex, que hasta ese momento había ocupado ese lugar en mis pensamientos, desapareció completamente, reemplazado por Seth.

Maldecía entre dientes. —¡Maldita sea, Eden! —me dije mientras picaba cebolla—. ¿Por qué siempre termino así? Tan calenturienta, tan distraída…

Intenté enfocarme en los cocineros, corrigiendo tiempos de cocción y supervisando salsas. Pero cada vez que escuchaba algún golpe en la cocina, cada vibración en el piso al pasar alguien, mi mente lo asociaba con él. Me sentía nerviosa y excitada al mismo tiempo, y me obligué a respirar profundamente, recordándome que tenía un trabajo que manejar.

Cuando llegó el primer servicio, tomé la delantera con toda mi autoridad como chef en jefe. —¡Platos listos! —grité, ordenando y coordinando cada movimiento. Mi concentración estaba al máximo, pero cada vez que alguien me pedía revisar algo de cerca, no pude evitar imaginar que era él, que me observaba como esta mañana en el pasillo.

Me mordí el labio y apreté los dientes, maldiciéndome de nuevo por mi calentura. Intenté bloquear la fantasía, pero era inútil. Seth había irrumpido en mi cabeza como un huracán, y no había manera de sacarlo de allí, aunque quisiera.

Por primera vez en años, la cocina no era suficiente para distraerme completamente. Y eso significaba peligro para mí.

A medida que avanzaba el día, poco a poco logré olvidarme del vecino del 4B y centrarme en la cocina. Me sumergí en cada plato, en cada detalle de los sabores, en la coordinación del equipo. Los sonidos de sartenes, cuchillos y hornos llenaban mis oídos, y por primera vez en horas, el recuerdo de su torso desnudo y esos ojos grises quedó relegado a un segundo plano. Me sentí capaz, fuerte, completamente absorbida por mi trabajo.

El servicio transcurrió rápido, entre órdenes, revisiones y pequeños detalles que solo una chef en jefe podía notar. Cuando finalmente bajó la calma después del almuerzo, respiré hondo, satisfecha de haber logrado mantener todo en orden y, sobre todo, de haber ignorado a Seth por unas horas.

Al terminar mi turno, salí del restaurante con la sensación de haber cumplido. Pedí ascensor del edificio con tranquilidad y subí. Cuando las puertas estaban a punto de cerrarse, una mano las detuvo. Seth estaba allí, con una mujer guapísima a su lado. Era elegante, de rasgos delicados, y juraría que la había visto de algún lado, pero no podía recordar dónde. Antes de que pudiera reaccionar, él me vio y sonrió ampliamente.

—Hola, vecina —dijo con esa voz grave y segura que todavía me hacía temblar—. Hoy tienes que usar el regalo que te di.

La mujer a su lado me lanzó una sonrisa discreta, mientras Seth cerraba la puerta del ascensor tras nosotros, dejándome con la boca abierta y el corazón latiendo con fuerza, y con la certeza de que, de nuevo, no podría ignorarlo ni un solo instante.

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