Capítulo 3 Capítulo Tres – ¿Te tocas escuchándome?
Cuando el ascensor paró en nuestro piso, ellos salieron a paso lento, y yo me quedé atrás no queriendo nada, solo podía pensar en una cosa, dormir. Estaba agotada, de verdad, con los ojos pesados y el cuerpo clamando por descanso. No me importaba nada más, solo caer en la cama y desconectarme del mundo. Pero una voz en mi cabeza me decía que Seth no me dejaría dormir… y no me equivoqué.
Apenas cerré la puerta, un par de minutos después, los gemidos comenzaron. Y no podía creerlo: carajo, ni siquiera la calentó, ni un poco. Pobre chica. Tal vez no era tan bueno como él creía.
Decidí que no iba a dejar que me arruinaran el descanso y me metí a la ducha, dejando que el agua caliente arrastrara el cansancio del día. Salí envuelta en una toalla, me tiré en la cama y cerré los ojos, dispuesta a dormir. Pero los gemidos subieron de intensidad. Suspiré frustrada, y por fin me levanté tambaleante, buscando los tapones que él me había dado. Me los puse y, al fin, sentí que podía relajarme. Cerré los ojos de nuevo y me dejé llevar, dormida antes de darme cuenta.
Cuando abrí los ojos, el sol ya estaba alto y me quedé paralizada. Eran las diez. Diez de la mañana. Y yo tenía que preparar todo para el almuerzo que comenzaba a servirse a las doce. Maldita sea, ¡era tarde!
Me levanté de un salto, me vestí volando y sin pensar mucho, salí rumbo a su puerta. Golpeé con fuerza y no pasó ni un segundo antes de que él abriera.
—¡Por tu maldita culpa me quedé dormida! —le dije, medio gritando, con el cabello aún alborotado.
Seth me miró con la ceja levantada, claramente confundido.
—¿Qué culpa tengo yo? —preguntó con calma, divertido.
—¡Por tu ruido! —exclamé—. Usé los tapones que me diste y gracias a eso no escuché la alarma.
Se rió, ladeando la cabeza, como si estuviera disfrutando demasiado de la situación.
—No pensé que los usarías —dijo, todavía riéndose—. Pensé que te estabas tocando escuchándome follar.
Me sonrojé de inmediato, deseando desaparecer, y él se dio cuenta. Sonrió, con esa seguridad descarada agregó
—¿No me digas que te descubrí?
—Idiota —gruñí, dándole la espalda y abriendo la puerta para marcharme.
Llegué al restaurante corriendo, el cabello alborotado y con el corazón aún acelerado por la carrera desde el ascensor. Respiré hondo antes de entrar y traté de poner mi mejor cara.
—Perdón, jefe, llego tarde —dije, intentando sonar profesional a pesar del cansancio que me pesaba en los párpados.
Él me miró con calma y esbozó una sonrisa comprensiva.
—No te preocupes —dijo—. Vengo escuchando sobre ti y sé que vienes muy bien recomendada. Confío en quien te recomendó… y también confío en ti.
Suspiré, un poco aliviada, y asintiendo, me puse manos a la obra. El tiempo se me pasó volando entre fogones, cortes perfectos y salsas que parecían salir del mismo cielo. Todo salió bien, incluso mejor de lo que esperaba. El almuerzo fue un éxito, y los clientes se fueron satisfechos, dejando un buen sabor de boca.
Cuando finalmente terminé y cerré el restaurante, miré el reloj y me di cuenta de que había trabajado mucho más de lo que pensé. La noche había caído, y mis pies estaban cansados, pero la satisfacción de un buen día de trabajo me acompañaba.
Al llegar a mi edificio, noté que la puerta del apartamento de mi vecino estaba abierta. Mi corazón dio un salto. Antes de que pudiera reaccionar, él se asomó, con esa seguridad que me hacía perder la respiración.
—Hola, vecina —dijo, con esa voz grave que hacía que la piel se me erizara—. Quiero compensarte por lo sucedido hoy. Sé que el trabajo es importante y te hice llegar tarde.
Me quedé un momento, evaluando la situación. No podía evitar sentirme intrigada y al mismo tiempo un poco molesta.
—¿Cómo planeas compensarme? —pregunté, con un hilo de voz que no ocultaba mi curiosidad.
Él se apoyó en el marco de la puerta con esa seguridad que parecía dominar todo a su alrededor. —Empecemos de cero —dijo—. Mi nombre es Seth Beckett.
Yo asintiendo, sin poder contener una sonrisa divertida, respondí: —Eden.
Su expresión cambió ligeramente al escucharme, y sonrió de un modo que hizo que todo mi cuerpo reaccionara.
—Vaya nombre —murmuró, y su tono sonaba a lujuria contenida—. Te invito a cenar.
—No puedo —dije rápidamente, tratando de sonar firme, aunque sabía que iba a ceder.
—Insisto —replicó, ladeando la cabeza con esa seguridad que parecía imposible de ignorar.
Suspiré, resignada. —Está bien —acepté—, pero solo un rato.
Entré en su apartamento y me quedé boquiabierta. Todo estaba impecable, moderno y elegante. Techos altos, muebles bien seleccionados, detalles sofisticados que daban sensación de lujo y confort al mismo tiempo. No tenía idea de su profesión ni de lo que hacía, pero estaba claro que tenía buen gusto y éxito, aunque no sabía por qué.
Seth se apartó un poco para dejarme pasar y cerrar la puerta tras de mí. Yo me giré y observé más a fondo el lugar, tratando de descubrir algo que me diera pistas sobre él, pero todo lo que veía solo reforzaba la sensación de misterio y seguridad que emanaba.
—Siéntate —dijo, con una sonrisa que mezclaba amabilidad y descaro—. Vamos a cenar y, después, a relajarnos un poco.
Ese relajarnos un poco hizo que mi cochina mente volara a todos los lugares posibles.
