DESEO COSAS IMPOSIBLES

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BLOODY MARY

Liz

Sonreí genuinamente y respondí

— Por supuesto.

Y él sonrió conmigo.

El bar estaba a unos pocos metros, parecía estar forrado de madera pero cerca de la barra había una pista de baile. En ese momento no había música para bailar, solo un jazz sofisticado que hacía ameno el momento. De inmediato pedí un Bloody Mary y él solo un whisky seco. Seguíamos hablando de nada en específico hasta que llegaron las 10 de la noche, poco a poco se llenó el lugar y comenzaron a poner música para bailar.

— Oye, ¿te gustaría bailar conmigo?— preguntó casi gritando.

— No sé bailar— respondí un poco avergonzada.

— Ven.

No esperó respuesta y me llevó a la pista de baile, había bachata.

— Solo tienes que hacer estos pasos, son cuatro. Uno, dos tres y juntas— decía con paciencia mientras se desplazaba y movía sus piernas.

— Ok, no prometo nada— le dije sin muchos ánimos, pensaba que me vería estúpida.

— Vamos, solo deja a tu cuerpo seguir el ritmo mientras yo te dirijo.

Tomó  mi cintura y mi mano, me atrajo a él y comenzó a contar y a moverme suavemente.

— Ahora acentúa más el movimiento de tu cadera— dijo acercándose a mi oído.

Su voz era tan sensual que me provocaba sensaciones intensas, pero hice lo que me pidió, aunque no estaba muy segura al principio me adapté rápido, quizás fue obra del alcohol en mi sangre y escuchar “loco” de Enrique Iglesias de fondo. De repente me giró dejando mi espalda pegada a su torso mientras nos movimos con el ritmo de la música, creía que podía mantener mi distancia, pero él se pegó más a mí y mi mente viajó hasta creer que tendría su miembro erecto rozando con mis nalgas, de inmediato sentí mojar mis pantaletas, pero luego él me giró y sin preámbulos, me besó.

Juro que fue el beso más delicioso que pude haber sentido en mi vida, era cálido, sensual, con ganas de tener más. Le correspondí sin pensarlo y tomé su cabello entre mis manos. Al terminar, juntamos nuestras frentes y reímos como si hubiéramos hecho una travesura, para luego volvernos a besar y así pasaron unas dos horas, no se me habría ocurrido que la bachata pudiera ser un baile tan sensual hasta que llegó un momento en el que ya no pude más, me acerqué a su oreja y con mi voz más sexy le dije:

—Tengo ganas de ti.

Lo miré con deseo y mordí mi labio conteniendo mi miedo a ser rechazada o juzgada pero él sonrió y no demoró en contestar.

— Conozco un buen lugar, está a unos 10 minutos de aquí.

Acepté y nos fuimos en dirección al estacionamiento donde dejó su coche, al llegar, el valet parking trajo un audi blanco último modelo, era la versión de lujo, abordamos y nos dirigimos al norte, pero 500 metros más adelante Richard hizo una parada en una tienda de conveniencia, ambos bajamos del auto e ingresamos. Él compró un par de cajas de condones mientras que yo compré un par de medias oscuras, una vez pagado, subimos otra vez al carro y nos fuimos rápido.

Unos minutos después llegamos a un hotel bonito, todos los detalles estaban bien cuidados, parecía un hotel lujoso. Una recepcionista algo seria que vestía un impecable uniforme azul con una pañoleta alrededor del cuello nos dio la bienvenida y nos llenó de cuestionamientos.

— ¿Su habitación sería sencilla, premium o suite?

— Sen…— apenas estaba hablando cuando Richard me interrumpió.

— Suite— respondió muy seguro y yo lo miré, era la primera vez que no tenía que estar especificando. Él me sonrió como señal de que él se encargaba y simplemente lo dejé en sus manos.

Una vez que nos registramos y la habitación quedó pagada, Richard tomó mi mano y me llevó hacia la habitación. Tomamos el ascensor y las miradas no paraban, cruzamos la puerta de nuestra habitación y comenzamos a besarnos apasionadamente, había mucha lujuria en cada beso y en cada caricia.

Richard.

Cuando llegamos a la habitación hubo un montón de besos, aunque moría por hacerla mía no puedo dejar de pensar en que probablemente estaba haciendo mal las cosas

La quería porque era mi amiga desde hacía más de una década, sin embargo, también desde hacía más de una década me gustaba, tanto como ahora.

Los años le habían sentado bien, su figura femenina se había acentuado increíblemente y era incluso más extrovertida que cuando estábamos en la preparatoria. Ella llamaba la atención por estar callada todo el tiempo, su vestimenta oscura, el maquillaje dark y su increíble inteligencia era el atractivo de esta mujer. Aunque no íbamos juntos en la misma escuela, teníamos amigos en común y la llegué a ver en una competencia de física que se llevó a cabo en mi preparatoria y como era de esperarse, ganó el primer lugar. Desde esos tiempos era juzgada por su apariencia y sus gustos, no puedo negar que habían profesores que la observaban de forma despectiva, le llamaban la atención constantemente diciéndole que nunca llegaría a ningún lado porque la apariencia era su carta de presentación, obviamente no le importaba o por lo menos eso aparentaba y continuó haciendo lo que mejor sabía hacer: ser la mejor.

Se me hacía increíble que estuviéramos en esa habitación, en uno de los mejores hoteles que había visitado. No había podido pedir vino ni alguna otra cosa y eso me avergonzaba, quería que fuera un momento especial y que ella se sintiera así, que no me viera como egoísta o avaro. Pero también pensé que ya teníamos copas encima y tampoco quería que este momento se lo atribuyamos al alcohol. Quería recordar cada momento a su lado, su aroma a Ralph Lauren romance y sudor, sus besos, sus manos ligeramente ásperas pero sobre todo esa mirada de deseo que yo causé, la misma que me excitó muchísimo cuando la vi morder su labio.

Dejé de preocuparme por eso, la tomé de la cintura y desabroché sus pantalones para meter mis manos y tocar su trasero que era firme, bajé un poco más pero se alejó un poco.

— Lo siento, no me he depilado las piernas. No esperaba esto— dijo honestamente dejando escapar una risa nerviosa.

— Por favor, eso es lo de menos— le comenté lo más tranquilo posible pero el deseo era demasiado, por lo que la jalé nuevamente hacia mí, pero ella volvió a alejarse.

— De verdad, me siento un poco avergonzada, solo déjame ir al baño, salgo en un momento— insistió y su vergüenza era notable.

La solté y la miré alejarse, solo recargué mi cabeza en el muro y vi hacia arriba. Esperar era como un castigo, no quería que se detuviera pero lo hizo, solo me quedaba esperar, y me repetí que si había aguantado desde mi adolescencia, no importaba aguardar unos minutos más, solo deseaba que no se arrepintiera, si no tendría dolor por la mañana.

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