Capítulo 4 Tan familiar.
Cinco años habían pasado.
—Daniel, David, ¿Tienen sus maletas listas? — cuestionaba Alice que miraba fijamente aquella orden de desalojo firmada por el banco.
—Si mamita, ya guardamos nuestros juguetitos. — respondieron al unísono un par de vocecitas infantiles.
Mirando a sus hermosos gemelos, Alice sonrió a duras penas; aquella no era la mejor situación, y todo su mundo se le había derrumbado en la espalda, sin embargo, el ver a sus preciosos Daniel y David, la hermosa mujer de cabellos rubios volvió a sonreír. Su noche loca de aquella ocasión hacia casi cinco años le había traído una consecuencia, quizás, el único “error”, del que jamás podría arrepentirse, pues después de perder su virginidad con aquel hermoso y extraño hombre, y ya en Estados Unidos, se había enterado de su embarazo; luego del nacimiento de sus hijos un helado diciembre su vida se había vuelto un torbellino de emociones y problemas que siempre venían a ser bien recompensados con el amor que sentía hacia sus preciosos gemelos, y mirando sin perder detalle aquellos hermosos ojos azules como zafiros y sus cabellitos negros, Alice supo que, a pesar de todo, ella tenía que salir adelante por ellos.
—Vengan aquí par de angelitos hermosos. — dijo Alice tomando a Daniel y David entre sus brazos, el sentir su aroma, sus pequeños bracitos aferrándose a ella y el amor inmenso que sentía hacia ellos, se prometió a sí misma ser fuerte.
—Mamita, ¿A dónde iremos podremos tener un papito que nos quiera? — cuestionó Daniel con lagrimitas en los ojos.
—El tío Mathew era muy malo, siempre decía que él no era nuestro papito y que tú eres una mala mamita, pero el malito era él. — dijo el pequeño David con enojo.
Alice sintió como su corazón se apachurraba ante las palabras de sus hijos. Realmente, cuando los gemelos tenían dos años de edad, ella se había reencontrado con Mathew Astor y su cruel hermana Amaia, quienes se burlaron de su “tragedia” después de haber quedado embarazada de un hombre desconocido. Sin embargo, el hombre había resultado ser todo un miserable que nunca trabajó realmente y que, además de engañarla con su propia hermana, Amaia, la había dejado en la ruina después de vaciar sus cuentas e hipotecar el departamento que con tanto esfuerzo le había costado a ella conseguir para huir con su hermana luego de falsificar su firma con ayuda de Amaia y sus padres, quienes tomaron la decisión que sus cosas debían de ser para su hermana quien las merecía más y no era una zorra que se había embarazado de un extraño.
Sus malas decisiones, tal vez, la habían llevado a ese punto de quiebre en el que se encontraba actualmente, pero no por ello iba a arrepentirse de nada, pues había logrado terminar sus estudios universitarios a pesar de todo, y sus hijos eran el motor de su pequeño mundo.
En Estados Unidos Alice se había reencontrado consigo misma, y sus padres y hermana quienes habían emigrado hacia el país no pararon todos esos años de atormentarla, sin embargo, y luego de la traición de su ex prometido Mathew y de su hermana Amaia, sus padres y amistades le habían dado la espalda a ella, y con amargura se había encontrado completamente sola en el peor momento de su vida, ahogada en deudas y ya sin un techo sobre su cabeza en donde mantener a sus hijos a salvo.
Su vida se había desmoronado, y arrugando en su mano aquella notificación de desalojo del banco que la obligaba a dejar su hogar, Alice había tomado la decisión de regresar a Palermo en Italia y comenzar su vida desde cero y lejos de la familia que la había traicionado.
—Verán que les gustará Palermo, es una ciudad muy linda y hay una playa cerca, nuestra vida será para mejor. — respondió Alice con sinceridad, pero también con miedo.
Un par de horas más tarde, y con tan solo un par de maletas de ella y un par más de sus gemelos, Alice abordaba el avión que la llevaría de regreso a la ciudad que hacía tantos años había dejado atrás. Se sentía triste; casi derrotada por la vida, pero mirando a sus hijos a su lado, apretó los dientes y supo que no podía rendirse. Comenzarían una nueva vida, y esta vez, sería mucho mejor…sin embargo, y durante un instante, el miedo de reencontrarse con aquel hombre del que no recordaba el rostro por completo y con quien había perdido la virginidad, la invadió por completo…David y Daniel eran los hijos de ese hombre, y esperaba no volver a verlo jamás.
Dos días después en Palermo, Italia, Elijah Harrington leía el último informe de su mano derecha; la mujer que había estado con el aquella noche de hacia cinco años atrás y a la que él le arrebató la virginidad, aun no aparecía, pues sin apellido había resultado imposible encontrarla. Su vida había dado un vuelco terrible, pues después de un accidente, Elijah había perdido la capacidad de concebir hijos, pues su conteo de espermatozoides era extremadamente bajo después de aquel golpe recibido en sus partes, y aquella mujer que se había entregado a él era su única esperanza de ser padre, pues había tenido sexo con ella sin protección alguna, y cabía la posibilidad de que ella se hubiese quedado embarazada.
El Doctor López, director del hospital de fertilidad de Palermo, le había asegurado que no podría tener hijos jamás, y aquel sentimiento de no tener nunca a un descendiente le había fastidiado lo vida en los últimos años, por ello, aquella hermosa mujer con la que se había obsesionado y a quien deseaba más que a nadie volver a tener en su cama, era también, quizás, su única oportunidad de convertir su sueño de ser padre algún día en una realidad…además, si quería venganza contra aquel par de miserables, necesitaba de un heredero propio, pero le había resultado casi imposible averiguar cualquier cosa sobre esa mujer, sin embargo, una fuente había revelado que la hermosa rubia en cuestión parecía estar viviendo en los Estados Unidos, aunque no había nada que realmente pudiera asegurarlo.
—Señor, además de eso, debe de saber que uno de nuestros cargamentos menores fue interceptado por la interpol, todo parece indicar que alguien ajeno a nuestro circulo nos ha estado vigilando y ha estado filtrando la información, y tal y como usted lo supuso, todo parece indicar que la persona en cuestión es Elías Harrington, su hermano. También, los cuidadores del almacén aseguran que falta mercancía, por lo que debemos revisar el inventario, pues esta noche en el Paradise tendremos invitados importantes, y su bar debe de tener la mejor mercancía, señor, si falta algo de lo que se pidió para este evento, tendremos problemas. — dijo Armando, el asistente de Elijah.
Elijah frunció el entrecejo.
—Averigüen que tan confiable es su fuente con respecto a la mujer que durmió conmigo esa noche hace ya cinco años, el tiempo sigue pasando y si ella realmente quedó embarazada mi hijo o hija aun no aparece…en este momento lo único que me interesa es averiguar todo sobre esa mujer, busquen de nuevo al doctor López, él debe de hacerme estudios nuevamente, aunque se niegue. Yo mismo iré a revisar el almacén. — exigió Elijah.
—Si señor. — respondieron sus hombres.
Al mismo tiempo, en Palermo, un autobús se detenía frente a un viejo edificio de departamentos, y Alice junto a sus hijos descendían del mismo. Los ojos tristes de Alice admiraron con nostalgia aquel lugar que fue su hogar durante muchos años. Por supuesto, no tenía a donde llegar, pero aquel lugar era el único que la hacía sentir un poco más segura.
Tomando su celular, Alice marcaba un numero conocido; el único que conservó de la vida que había dejado atrás en Palermo después de ser abandonada por su prometido y traicionada por su hermana. Mordiéndose el labio, la mujer acarició el lacio cabello oscuro de sus gemelos quienes jugaban sentados en el suelo, mientras escuchaba el tono de llamada, hasta que, finalmente, una mujer al otro lado de la línea respondió.
—¿Alice?, ¿Eres tú? — cuestionó una mujer preocupada al otro lado de la línea.
—Si, soy yo Rebecca, disculpa, pero he vuelto a Palermo y en una muy mala circunstancia…— respondió Alice con seriedad, distrayéndose momentáneamente de sus pequeños gemelos.
Daniel, tomando uno de los cochecitos de juguete, empujó al mismo hacia la calle, y sin la mirada supervisora de su madre, el pequeño gemelo de cabellos negros bajó de la banqueta tras su cochecito.
—¿El bar Paradise?, si, lo conozco, ¿Estás segura de que allí me darán trabajo? — cuestionó Alice alzando su vista hacia los gemelos, y notando que Daniel había bajado hacia la calle tras su juguete, y el semáforo había cambiado comenzando los vehículos a moverse.
Abriendo los ojos con gravedad, Alice corrió dejando caer su teléfono intentando tomar a Daniel.
—¡Daniel! — gritó Alice corriendo desesperada, mientras el pequeño Daniel se había quedado completamente paralizado sosteniendo entre sus manitas aquel auto de juguete.
Repentinamente y desde el otro lado de acera, un hombre alto y de cabello oscuro, saltó hacia la avenida tomando al pequeño Daniel en sus brazos y llegando con el hacia la banqueta en donde Alice y el pequeño David se habían quedado completamente helados.
Abriendo los ojos, Daniel observó al hombre que lo había rescatado de los autos en movimiento. Su cabello era negro, sus ojos que lo miraban fijamente, eran tremendamente azules, muy parecidos a los suyos propios, su cuello tenía tatuajes, y el rostro desencajado en una mueca de sorpresa y preocupación, le pareció al pequeño de alguna manera conocido.
—¿Te encuentras bien pequeño? — cuestionó el hombre.
—¡Daniel!, ¡Yo lo siento mucho!, en un segundo estaba debajo de la acera, ¡Muchísimas gracias señor! — gritó Alice al borde las lágrimas acercándose al hombre que sostenía a su pequeño hijo entre sus brazos.
Elijah Harrington observó con detenimiento a aquel pequeño en sus brazos, su cabello, el color de sus ojos, era como verse a sí mismo cuando era un niño…sin embargo, la mujer que había tenido sexo aquella alocada noche y a la que jamás olvidó por completo, estaba a un océano de distancia…eran ya tantos años que no recordaba del todo el rostro de esa joven que lo cautivó por completo, pero con aquel niño entre sus brazos no pudo evitar pensar que su hijo o hija, si realmente existía, luciría muy similar al pequeño que temblaba entre sus brazos.
Desviando su mirada desde el niño que no se veía mayor a los seis años, los ojos azul zafiro de Elijah se fijaron en la mujer que llegaba escandalosamente a su lado junto a otro niño idéntico al que acababa de salvar. Una madre y sus dos hijos gemelos.
Dando una mirada despectiva a la mujer rubia que lloraba de angustia, Elijah rechistó con molestia.
—Si no vas a tener la precaución de cuidar apropiadamente a tus hijos, tal vez no deberías de ser madre. — dijo Elijah dejando al niño en los brazos de su madre a la que no le prestó atención.
Alice tomó a su pequeño Daniel en sus brazos, y luego notó lo alto y peligroso que se miraba aquel hombre que le resultaba aterrador, y con voz trémula, aquel rostro extrañamente familiar, la hizo estremecerse un poco.
