Juego de Seducción

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Capítulo 1

Bajé del escenario contorneando las caderas con la misma precisión con la que una serpiente se desliza entre la maleza. Los aplausos estallaron en un rugido eufórico que aún vibraba en mi piel.

—Perfecta, como siempre, estrella —murmuró Paolo, con esa sonrisa babosa que tanto me repugnaba.

Sin quitarme la máscara, respondí con una sonrisa altiva:

—Necesito mi pago, Paolo. No tengo tiempo que perder.

Él, sudoroso y jadeante, me recorrió con la mirada cargada de deseo.

—Vale, vale… —suspiró teatral—. Podrías ganar el triple si atendieras a los clientes en privado.

—Ya hablamos de eso.

—Solo digo que con tu talento serías intocable.

—Aún no estoy tan jodida.

No esperé su réplica. Me alejé hacia el camerino, recogí mi bolso y salí sin mirar atrás. Afuera, la ciudad me esperaba como un depredador agazapado, pero también estaba Rick. Siempre firme, siempre distante. Su mirada limpia era un contraste brutal con el resto de ese mundo podrido.

—Buenas noches, señorita. ¿La llevo a casa?

—Por favor, Rick.

Subí a la limusina y, cuando él cerró la ventanilla divisoria, me deshice de la máscara, de la peluca, del corsé que me transformaba en diosa. Me cubrí con un buzo holgado, jeans anchos, gafas de marco grueso. Estrella se esfumó, y volvió Diana Sosa: invisible, protegida bajo un disfraz de mediocridad.

Al llegar, entregué a Rick un sobre con dinero.

—Mañana a la misma hora.

Asintió sin palabras. Descendí sola. El portero me saludó con una discreción cómplice.

—Señorita Sosa.

—Buenos días, Patrick.

Su risa quedó atrás. Eran casi las cuatro de la madrugada.

Muchos se preguntarían por qué sigo trabajando en el Club Lux, si mi vida parece cómoda. La respuesta es simple: allí libero a la criatura que me habita, esa que me da miedo mostrar bajo la luz del día.

Todo comenzó a los quince años. Mi cuerpo floreció demasiado pronto. Me convertí en blanco de miradas hambrientas, incluso de aquellos que debían protegerme. Aprendí a esconderme tras ropas grandes, gafas que opacaban mis facciones, la sombra de la niña invisible.

La muerte de mi madre me dejó sola, presa fácil en un mundo de lobos. Y uno de ellos, en la universidad, me engañó con promesas dulces que escondían una apuesta sucia: acostarse con “la nerda más fea”.

Ese día algo en mí se quebró… y algo oscuro nació.

Mi alter ego. La mujer que no volvería a ser víctima.

Flashback

Aquella noche lo esperé disfrazada de Gatúbela, látigo en mano, cámaras grabando cada segundo.

Mark entró, incrédulo al descubrir el cuerpo que siempre oculté. Me acerqué contorneando las caderas, mis tacones marcando el ritmo de su derrota.

—¿Te has portado mal, Mark? —susurré en su oído, rozando su piel con el látigo—. ¿Quieres que te castigue?

—Diana…

—Shh. Esta noche soy Estrella.

Lo hice desvestirse. Cada gemido suyo al sentir el látigo era mi venganza.

—Fuiste muy malo al apostar conmigo. Y ahora pagarás. Chicas, entren.

Laura, Débora y Cintia salieron del baño, todas víctimas de sus mentiras. Su rostro se desfiguró.

—¿Cariño? —balbuceó al ver a Laura.

Ella lo abofeteó con rabia.

—¿Cariño? ¡Llevamos tres meses y me entero ahora!

Las demás lo rodearon. Yo, riendo, añadí:

—No vales ni una lágrima. Con esa ridiculez de hombre, ¿pretendías satisfacer a cuatro mujeres? Tu ego es más grande que tu virilidad.

Las carcajadas estallaron… y luego vino la golpiza.

Fin del flashback

Mark apareció con moretones, inventando que unos gamberros lo habían atacado. Nadie le creyó del todo. En la graduación me presenté como femme fatale, y al tomarme del brazo, furioso, lo miré con calma:

—Veo que no fue suficiente la lección.

Le envié el video a todo el grupo. Entre risas y burlas de sus amigos, me incliné hacia él.

—La apuesta la gané yo. Tú caíste en mi juego. Quédate con el dinero; quizá te alcance para un psicólogo.

Recogí mi título y me marché. Nunca más supe de él.

Con mis ahorros me mudé a Los Ángeles, buscando un nuevo comienzo. Pero el dinero se acabó pronto. Así terminé aceptando el puesto de secretaria de David Palmer, el hombre más influyente y peligroso de la ciudad.

Y aún recuerdo el día que su anterior secretaria renunció.

Dos años antes…

Diana estaba en el sofá, tablet en mano, revisando correos, cuando sonó su celular.

—¿Hola?

—Buenos días. Habla Rosana Montilla, de la Compañía Palmer. Ha sido seleccionada para una entrevista final con el CEO.

Estuvo a punto de rechazar. No había estudiado para ser secretaria. Pero los números de su cuenta eran una sentencia.

—Está bien. ¿A qué hora?

—A las nueve, mañana. Sea puntual.

Investigó la empresa: un gigante de la arquitectura con proyectos en todo el mundo. Todo parecía perfecto… excepto por el presidente.

David Palmer. Treinta y tres años. Multimillonario. Playboy incorregible. El tipo de hombre que representaba su peor temor.

Decidió asistir. Pero iría disfrazada: la vieja Diana, oculta bajo ropas holgadas y gafas enormes.

En la oficina esperaban siete mujeres hermosas. Ella se acercó a una mujer mayor, de porte elegante y mirada cálida.

—Buenos días. Vengo a la entrevista.

—¿La señorita Sosa?

—Así es.

Se estrecharon las manos.

—Con su formación, ¿por qué este puesto?

—Las empresas solo ofrecen pasantías sin sueldo. Necesito un salario. Estoy sobrecalificada, sí, pero cumpliré con compromiso.

La mujer sonrió.

—Muy bien. Espere su turno.

Dentro, David terminaba con otra candidata. Rosana entró con Fabián, el abogado.

—¿Tan mal estuvo? —preguntó Rosana.

—Repetía como loro lo emocionada que estaba.

Entre bromas, Rosana fue directa:

—Tengo una candidata distinta. No podrá espantarla como a las demás.

—¿Fea? —ironizó él.

—Solo… fuera de sus estándares. Y eso es bueno.

David sonrió con malicia.

—Tráela.

Diana entró erguida, envuelta en su disfraz de mediocridad.

—Diana Sosa. Un placer, señor Palmer.

Él la miró con curiosidad.

—Su currículum es impresionante. ¿Por qué secretaria?

—Necesito estabilidad. Esperaré una vacante en publicidad.

—¿Cree estar capacitada?

—Hablo cinco idiomas, manejo informática avanzada y aprendo rápido.

Rosana intervino:

—¿Problemas con horarios?

—Disponibilidad total, salvo los viernes de noche.

David arqueó una ceja.

—¿Vida nocturna que debamos conocer?

—Trabajo en un bar.

El aire se volvió denso. Finalmente, él cedió.

—Bien. Empieza mañana, señorita… Fabiana.

—Diana —corrigió con firmeza—. Llámeme Sosa.

Salió con Rosana. Apenas se cerró la puerta, David y Fabián estallaron en carcajadas.

—No es fea exactamente —rió Fabián—, pero es demasiado común.

—¿Viste esas gafas? —añadió David—. ¿Qué hará en ese bar?

—En qué más, lava copas.

Rieron con desdén, sin sospechar que aquella “chica común” pronto iba a desarmarles el mundo.

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