Capítulo 2
Eran las siete de la mañana cuando Diana salió de su departamento, perfectamente arreglada y con rumbo a la empresa. Caminaba con paso ágil, como si la ciudad entera marcara el ritmo de su día. De camino pasó por un Starbucks, compró su acostumbrado capuchino y, por costumbre, uno extra para su jefe.
Vivía a apenas ocho cuadras de la Compañía Palmer, por lo que, a las siete y media, ya estaba frente a su escritorio. Colgó el saco y la cartera en el perchero, encendió la laptop y la tablet, revisando correos mientras organizaba la agenda del día.
A los pocos minutos, David Palmer apareció con su habitual semblante de resaca. Los lunes parecían ensañarse con él, arrastrando los excesos del fin de semana. Pasó frente a Diana con un hilo de voz apenas audible.
—Buen día…
Ella le tendió el capuchino junto a dos píldoras para el dolor de cabeza. David esbozó una sonrisa cansada. No podía negar que la joven había resultado ser la asistente ideal: eficiente, discreta y con la extraña habilidad de prever sus necesidades antes de que él abriera la boca.
—Gracias —murmuró, ingresando a su oficina.
Diana lo siguió con la tablet en mano.
—¿Qué tenemos para hoy? —preguntó él, dejándose caer en el sillón de cuero.
Ella tomó asiento frente a él y empezó a enumerar cada cita y reunión con la precisión de un reloj suizo. David suspiró, abrumado solo de escuchar la lista.
—Será un día largo.
—Así es, señor. No olvide que hoy es el cumpleaños de su madre. Ya envié sus flores favoritas junto con un desayuno de su parte. En la noche tendrá una cena familiar. Además, encargué un par de aretes que combinan con el collar que le regaló el año pasado.
David se quedó mirándola incrédulo. Había olvidado por completo el cumpleaños de su madre, y la sola idea lo estremecía.
—No sé cómo agradecerte. Si no fuera por ti, estaría perdido. Recuérdame darte un bono por esto.
—Lo haré —respondió ella con naturalidad, lo bastante seria como para que él no supiera si bromeaba o hablaba en serio.
Antes de que pudiera replicar, las puertas se abrieron de golpe y apareció Fabián, el abogado y mejor amigo de David, con una cara incluso peor que la de él. Se dejó caer en la silla junto a Diana y extendió la mano. Ella, sin necesidad de palabras, le colocó un par de píldoras en la palma y se levantó para servirle un vaso con agua.
—Gracias, Diana. No sé qué demonios nos das, pero estas pastillas son milagrosas.
David frunció el ceño.
—Oye, ¿no tienes secretaria propia? ¿Por qué molestas a la mía?
—La mía es un desastre —replicó Fabián, bajando el volumen de su voz—. Olvida hasta los informes que le pido.
David bufó.
—Muy bien, Diana, prepara todo para nuestra primera reunión.
Fabián alzó una ceja burlona.
—¿Por fin te le declaraste? Yo sabía que tanto halago…
—Deja de decir tonterías. Tenemos cita con los del complejo hotelero, así que prepárate.
Diana se levantó sin perder la compostura. Estaba acostumbrada a las bromas entre ambos, y hacía tiempo había aprendido a no tomarlas en serio.
Cuando quedó sola la dupla, David lanzó una advertencia.
—No me gusta que incomodes a mi secretaria.
—Tranquilo. Mujeres como ella solo pueden soñar con hombres como tú. Es inteligente y servicial, sí, pero hasta ahí. Ella sabe que bromeo.
David no respondió. Tal vez Fabián tuviera razón, pero una parte de él comenzaba a sospechar que había mucho más en Diana de lo que dejaba ver.
Veinte minutos después, la voz de la joven sonó por el intercomunicador, anunciando la llegada del grupo Prudencia, una importante cadena hotelera. Palmer Company estaba a punto de cerrar un acuerdo para diseñar su nuevo hotel y un centro comercial.
David y Fabián se pusieron de pie como si hubiesen olvidado la resaca, y Diana tomó su tablet y su libreta. Él nunca asistía a una reunión sin ella: su memoria fotográfica y capacidad para registrar cada detalle eran imprescindibles.
Al ingresar a la sala de juntas, los esperaban cuatro hombres: el señor Marqués, cabeza del grupo hotelero; su hijo Mark; un asistente; y el abogado de la familia. Los saludos fueron cordiales hasta que los ojos de Mark se posaron en Diana. El joven se quedó congelado, con el rostro endurecido de golpe.
—Señorita Sosa… qué coincidencia encontrarla aquí.
El corazón de Diana dio un vuelco. No esperaba volver a verlo, pero no dejó que el nerviosismo la traicionara.
—Lo mismo digo, señor Marqués.
David y Fabián intercambiaron miradas inquisitivas.
—¿Ya se conocían? —preguntó David.
Mark se adelantó antes de que ella respondiera.
—Sí. Esta mujer fue mi tortura el último año de universidad.
La sala entera quedó en silencio. Diana arqueó una ceja y, con una sonrisa cargada de burla, replicó:
—¿Aún no lo superas?
David se quedó sorprendido. Su secretaria nunca le había hablado con tal descaro a nadie. Para él, Diana era sumisa, educada y comedida. Esa faceta mordaz lo descolocó por completo. Carraspeó para cortar la tensión.
—Si ya terminaron, podemos pasar a los negocios.
El señor Marqués padre asintió, incómodo por la escena.
Durante la reunión, Mark no dejó de clavarle la mirada a Diana. Ella, sin embargo, permaneció impasible, anotando todo y pasando discretas notas a David para que no olvidara ningún detalle. Cada vez que el joven intentaba incomodarla con su atención, ella respondía con la indiferencia calculada de quien domina el juego.
Al finalizar, David estrechó las manos de los Marqués.
—En cuanto tengamos la primera maqueta, programaremos otra reunión.
—Perfecto —respondió el señor Marqués.
Parecía que todo terminaba ahí, pero Mark interrumpió con descaro.
—Me gustaría hablar con la señorita Sosa a solas.
Diana ni siquiera le permitió continuar.
—Se quedará con las ganas, señor Marqués. Tengo trabajo pendiente. Con permiso.
Salió de la sala sin mirar atrás. Mark, incapaz de contenerse, corrió tras ella y la alcanzó en el pasillo, sujetándola del brazo.
—Suéltame —ordenó ella entre dientes, furiosa.
—No, gatita. Si lo hago, volverás a escaparte. Llevo años buscándote.
El tono posesivo encendió todas las alarmas de David. En un par de pasos se colocó frente a ellos, sujetando con firmeza la muñeca de Mark. Su mirada era fría, su voz cortante.
—No escuchó. La señorita le pidió que la soltara.
Mark lo enfrentó con altivez, pero su padre irrumpió con voz grave.
—¡Mark, basta! ¿Qué crees que haces?
El joven apretó los dientes y, antes de apartarse, lanzó una amenaza a Diana.
—Aún no termino contigo, gatita.
Ella, lejos de intimidarse, se quitó las gafas y lo miró directamente. Una sonrisa burlona se dibujó en sus labios.
—¿Estás dispuesto a otra humillación? No olvides, bombón, que la última vez no terminó nada bien para ti.
Mordió sensualmente su labio inferior y le guiñó un ojo antes de marcharse hacia su oficina. Mark hizo ademán de seguirla, pero la voz de su padre lo detuvo de nuevo.
En la sala, David y Fabián permanecieron atónitos.
—¿Acabo de ver lo mismo que tú? —preguntó Fabián.
—Sí. Y necesito respuestas.
Ambos sabían que no podían dejar el asunto así. No era solo curiosidad: si ese vínculo entre Diana y Mark se convertía en un obstáculo, podía poner en riesgo un negocio millonario.
Y, aunque David no lo admitiera en voz alta, había algo más que lo mantenía inquieto: por primera vez, quería descubrir qué secretos ocultaba su aparentemente sencilla secretaria.






















