Juego de Seducción

Download <Juego de Seducción > gratis!

DOWNLOAD

Capítulo 3

Eran casi las ocho cuando Diana salió del baño, con el rostro aún húmedo y los ojos enrojecidos. Había pasado minutos debajo de su escritorio, respirando dentro de una bolsa como si en ello le fuera la vida. El simple hecho de ver a Mark había bastado para desmoronarla.

En la sala de juntas se había mostrado firme, sarcástica, casi intocable. Pero ahora, a solas, había sentido cómo el pasado volvía a clavarle las uñas en el pecho.

David la había encontrado acurrucada, temblando. Se agachó a su altura y habló bajo:

—Diana… tranquila. Ya se fue. ¿Quieres salir?

Ella lo miró apenas, con vergüenza, murmurando entre dientes:

—Señor, lo siento… no me mire, por favor.

Él asintió en silencio, incómodo, y esperó afuera.

Cuando logró recomponerse y salir del escondite, Diana fue directa:

—Creo que lo mejor será que renuncie. No puedo permitirme otro encuentro como este.

David la miró incrédulo.

—Primero me vas a explicar qué pasó. No aceptaré tu renuncia sin saber la verdad.

Ella dudó, tragando saliva.

—Es vergonzoso.

—No me importa —replicó él con firmeza—. Habla.

Diana respiró hondo, bajó la voz y lo soltó de golpe:

—En la universidad, Mark fue mi verdugo.

El silencio pesó. Fabián entrecerró los ojos, intrigado. David no apartó la mirada.

—Mi madre murió en mi último año. Me quedé sola, y si antes era la rarita, después me destrozaron a burlas. Entonces apareció Mark: atento, protector… el único que me hacía sentir importante. Me enamoré como una idiota. Pensé que era sincero.

Se le quebró la voz, pero continuó.

—Hasta que descubrí que todo era una apuesta. Él y sus amigos apostaron a que llevaría a la cama a la “chica más fea” del campus.

El aire en la oficina se volvió denso. Fabián apretó la mandíbula; David permaneció rígido.

—Ese día me rompí. Creí que lo había soportado todo, pero lo suyo me hundió. Y sin embargo… —ella esbozó una sonrisa amarga— en lugar de llorar, decidí devolvérsela. Descubrí que salía con otras tres chicas. Las busqué. Nos aliamos. Y lo hundimos.

Sacó su celular, buscó un archivo y se lo tendió a David.

En la pantalla apareció una Diana distinta: vestida de Gatúbela, mirada desafiante, liderando la humillación pública de Mark antes de que lo dejaran hecho trizas.

David parpadeó incrédulo. Fabián soltó una carcajada seca.

—No puede ser… ¿ese es Mark?

—Sí.

—¿Y esa eras tú?

—Sí.

La miraban como si recién la conocieran.

—El último día de clases me aseguré de que no olvidara nunca —continuó ella—. Lo provoqué, lo enfrenté, y cuando intentó tocarme, envié el video a todo el campus. Le dije que la apuesta la había ganado yo… y que usara el dinero para pagar un buen psicólogo.

Bajó la mirada, derrotada.

—Jamás volví a verlo. Hasta hoy.

El silencio se alargó. Diana respiró profundo y añadió:

—Por eso quiero irme. No quiero arrastrar a la empresa a este lío.

Se levantó, decidida, pero David habló con un tono que no admitía réplica:

—Siéntate. No aceptaré tu renuncia.

—Pero estamos hablando de millones de dólares…

—Eso lo resolveré con mi padre. Habrá otros contratos. Sin ti, yo no sé manejar ni a mi propia familia.

Fabián intervino, medio en serio, medio en broma:

—Y sin ti, ¿quién nos cura las resacas? Además, este inútil no sabría ni qué regalarle a su madre.

David rodó los ojos, pero no lo desmintió.

—Lo que sí haremos —añadió Fabián con seriedad— es levantar un acta contra Mark. Ese tipo no lo ha superado.

Las palabras golpearon a Diana. No estaba acostumbrada a que alguien la defendiera. Sintió las lágrimas arder en sus ojos, escapándose sin permiso.

David, incómodo, murmuró:

—Puedes llorar si quieres, pero no me renuncies.

Ella rió entre sollozos, asintiendo.

—Está bien. Me quedo.

Fabián la miró fijo.

—Y deja de esconderte tras esas ropas grises. Aquí ya no tienes que temer. Considéranos tus amigos.

Ella se retiró al tocador, más ligera.

En cuanto la puerta se cerró, David giró hacia Fabián.

—Ni se te ocurra ponerle un dedo encima. Te conozco.

Fabián alzó las cejas.

—Relájate. Solo digo que jamás imaginé que esa mujer tuviera un lado tan oscuro. Lo que le hizo a Mark fue… brillante.

David sonrió de medio lado.

—Las calladitas son las peores.

Ambos rieron brevemente, aún sorprendidos.

Cuando Diana volvió, con la tablet en mano y el rostro limpio, parecía la misma de siempre… pero ya no lo era.

David y Fabián lo entendieron al instante: algo había cambiado, y nada volvería a ser igual.

Vorig hoofdstuk
Volgend hoofdstuk