Capítulo 4
Cuando el día laboral terminó y todos se preparaban para marcharse, David salió de su oficina con el maletín en la mano. Al ver a Diana guardando unos archivos, se detuvo.
—Diana, vete a casa. Mañana te espero a la misma hora.
Ella asintió, le entregó un papel con una dirección y respondió:
—Aquí tiene la dirección de la joyería. Solo debe pasar a retirar el regalo de su madre.
David sonrió con satisfacción.
—Gracias.
Esperó a que Fabián saliera de su oficina, pues él también estaba invitado a la reunión familiar. Mientras tanto, Diana terminó de ordenar sus cosas. Cuando los tres estuvieron listos, bajaron juntos en el ascensor y se despidieron en la entrada.
De pronto, un auto frenó bruscamente frente a ellos. De él bajó Mark, furioso.
—Sube al auto, Diana. Tenemos que hablar.
Ella lo miró con frialdad. Detrás de él, distinguió la limusina en la que la esperaba Rick, a quien había llamado para que la recogiera antes de lo previsto. Tras lo ocurrido en la oficina, había decidido ir al club para descargar su tensión, pero jamás pensó que Mark aparecería.
—No tengo nada de qué hablar contigo —respondió, intentando alejarse.
Mark la sujetó del brazo con fuerza.
—No me provoques. Sube al auto.
Antes de que pudiera reaccionar, Rick descendió de la limusina y avanzó con pasos firmes. Tomó con rudeza el brazo de Mark y habló con voz grave:
—Será mejor que no vuelva a tocar a la señorita. Señorita Sosa, suba al auto. Yo me encargo.
Diana no discutió. Se soltó del agarre y subió de inmediato al vehículo. No alcanzó a ver qué sucedió entre los dos hombres, pero unos segundos después Rick regresó.
—¿Se encuentra bien?
—Sí, gracias. Únicamente es un fanático.
Rick no añadió nada. Subió el vidrio para darle privacidad, de modo que pudiera cambiarse de ropa.
Mientras tanto, en el estacionamiento, David y Fabián habían presenciado toda la escena, perplejos.
—¿Quién diablos es tu secretaria? —preguntó Fabián, todavía con los ojos muy abiertos.
—No lo sé… —admitió David.
—Pues deberías averiguarlo. Hasta ahora nunca nos había dado problemas, pero mira lo que pasó hoy. Yo que tú investigaría un poco.
—Y lo haré. Pero hoy no es el momento. Tenemos que ir a la fiesta de cumpleaños de mi madre.
Fabián no insistió. Ambos subieron a sus autos y se marcharon.
Dentro de la limusina, mientras Diana se cambiaba, Rick llamó a su jefe.
—Señor, hoy la señorita tuvo un incidente.
—¿De qué tipo? —preguntó Donato al otro lado de la línea.
Rick relató lo sucedido con detalle. Al escuchar, Donato estalló de furia.
—No la dejes sola. Llévate un par de hombres contigo y que a partir de ahora sean su sombra. Y si algún bastardo se atreve a hacerle daño… ya sabes qué hacer.
—Sí, señor.
Cortó la llamada.
Del otro lado, Donato permaneció sentado en su sillón, sombrío. Su hijo Dante, al ver la expresión de su padre, preguntó con dureza:
—¿Cuándo le dirás la verdad a Diana?
—Su madre no quería que se viera involucrada en este mundo. Por eso se la llevó.
Dante frunció el ceño. No soportaba que mencionaran a aquella mujer. La había odiado desde niño: los había abandonado cuando él tenía apenas cinco años.
—Esa mujer ya no está —replicó—. Murió, y mi hermana está sola. ¿No crees que es momento de una reunión familiar? Nuestro mundo no es tan distinto del que ella se maneja ahora. ¿O acaso no quieres sacarla de ese maldito antro donde cada noche se exhibe para que un montón de viejos morbosos se deleiten con ella?
—¡Basta! —rugió Donato, golpeando el escritorio—. Sabes perfectamente que tu hermana no es así. De lo contrario, hace tiempo la habría sacado de ese lugar.
—Tal vez, pero el hecho no cambia. Todos los días esos hombres la miran con deseo, y yo solo me contengo porque tú insistes en honrar la memoria de una mujer que nos abandonó, a la que jamás le importamos. Piensa bien lo que harás. Yo, por ahora, me ocuparé de descubrir quién está acosando a Diana. Y pobre del desgraciado que ose mirarla mal.
Dante se levantó con determinación y salió.
Donato se quedó en silencio durante un largo rato. Finalmente, murmuró con amargura:
—Lo siento, María, pero ya no puedo mantener a nuestra hija lejos de mí. Ella me necesita… y esta vez seré yo quien decida lo que es mejor para su vida.
Al levantarse, se cruzó con Dante en el pasillo.
—Tienes razón. Iremos a Estados Unidos por tu hermana. Prepara todo para nuestro viaje.
Dante sonrió satisfecho y asintió.
En el club, Estrella había hecho su gran presentación. Tras un descanso, Paolo se acercó al camerino de las bailarinas.
—Estrella, afuera todo el mundo está como loco. Apenas supieron que estabas aquí y el lugar se llenó. Tienes que volver a salir.
Diana se ajustó una peluca color rosado frente al espejo.
—Hoy me pagas el doble. Sabes que en días de semana se cobra más.
Paolo frunció el ceño, pero cedió.
—Bien, solo porque eres tú… y porque el club está a reventar. No te demores. Después de Aria, vas tú.
Ella asintió y terminó de arreglarse.
En la mansión Palmer, la celebración se había extendido más de lo esperado: además de familiares, había socios, amigos y hasta primos lejanos. David y Fabián estaban aburridos, rodeados de un ambiente que no disfrutaban.
Fue entonces cuando apareció Connor, primo de David, con una sonrisa cómplice.
—Chicos, ¿qué les parece si nos damos a la fuga? La tía exageró como siempre y juraría que esto es una trampa. ¿No ven la cantidad de mujeres jóvenes de nuestro círculo social?
Los tres recorrieron el salón con la mirada. Decenas de señoritas los observaban como si fueran presas fáciles. David y Fabián fruncieron el ceño al mismo tiempo.
—David, creo que es momento de huir… —susurró Fabián.
—¿Huir a dónde? —preguntó él con fastidio.
Antes de que pudieran decidir, Margarita, la madre de David, se acercó con elegancia.
—Cariño —dijo con una sonrisa impecable—, dile a tu secretaria que su gusto en regalos sigue siendo exquisito. Pero este año esperaba algo más de ti.
David arqueó una ceja, sabiendo que a su madre nada se le escapaba.
—Madre, sabes que sin Diana no podría hacer nada.
—Lo sé. Tu padre era igual con Rosana —respondió con tono nostálgico—. Pero me gustaría que, en lugar de ser tu secretaria quien se ocupe de esas cosas, sea tu prometida…
David casi escupió la bebida. Tras toser un poco, forzó una sonrisa.
—Madre, ya hemos hablado de esto. No quiero arruinar tu fiesta, así que supongo que me iré.
—David… —intentó detenerlo.
Pero su padre, que se había acercado en ese momento, preguntó:
—¿Qué sucede aquí?
—Lo de siempre, padre —respondió David con sequedad—. Perdón, pero con Fabián tenemos que retirarnos. Madre, feliz cumpleaños. Siento no ser tan perfecto como Valentín, pero por eso Dios te dio dos hijos varones.
—David, no seas irrespetuoso. Tu madre solo quiere lo mejor para ti —intervino el padre.
—Lo sé.
Se despidió con un beso en la mejilla de ambos y salió de la mansión, seguido de Fabián y Connor.
—¿Y ahora? —preguntó Fabián.
Connor sonrió con picardía.
—Vamos a un club. Hoy se presenta mi Estrella. Como estuve fuera el fin de semana, no pude verla.
David lo miró con recelo.
—Ya imagino qué tipo de antro es.
—Vamos, David, anímate. Te encantará. Eso sí, Estrella es mía.
David y Fabián intercambiaron una mirada divertida, aunque no pudieron evitar cierta curiosidad. Minutos después, los tres se dirigían al club Lux.






















