Juego de Seducción

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Capítulo 6

La mañana siguiente comenzó con un golpe en la puerta que sobresaltó a David.

—David, ya es hora. Aquí le dejo su traje limpio, lo espero para desayunar —anunció la voz de Diana desde el pasillo.

Desorientado por un instante, recordó dónde estaba y se incorporó de golpe. Fue al baño y, al salir, vio el traje del día anterior sobre el sofá, acompañado de otro limpio, tal como ella le había dicho. Se vistió rápidamente y se dirigió al comedor.

—Buenos días —saludó al verla—. ¿De dónde sacaste un traje mío?

—Buen día. Lo recogí en su oficina temprano. De paso pasé por Starbucks para traerle su café americano.

David arqueó una ceja, sorprendido.

—¿En qué momento lograste hacer todo eso? ¿Dormiste al menos?

Diana sonrió con serenidad.

—Sí, lo suficiente. Si quiere, puedo dejar su traje aquí y luego lo llevo a la tintorería.

—No, Diana. Ya fue suficiente molestia. Pediré que alguien más se encargue. ¿Qué hora es?

—Ocho menos veinte, señor. Intenté despertarlo varias veces, pero tiene un sueño muy profundo.

David rió entre dientes.

—Aún estamos a tiempo. Yo te llevaré.

—Son solo ocho cuadras, no hace falta. Además, me sirve como ejercicio.

David murmuró en voz baja:

—Créeme que no lo necesitas.

Ella fingió no escucharlo, aunque una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Iré a cambiarme.

—Está bien… Solo una cosa: no te disfraces.

Diana levantó una ceja con picardía.

—Tranquilo, el traje de Gatúbela se quedó en el club.

David sonrió divertido.

—No me refería a eso, y lo sabes.

—Lo sé. Muy bien, me cambio y vamos. Desayune tranquilo.

Cuando ella se marchó, él revisó su teléfono, pero la voz de Diana lo interrumpió a los diez minutos.

—Ya estoy lista. ¿Nos vamos?

David se quedó en silencio por un instante, sorprendido por la elegancia de la joven. Al darse cuenta de que la miraba demasiado, recordó que eso la incomodaba y bajó la vista de inmediato.

—Sí, bajemos. Tú primero, yo iré en el auto.

Ella asintió, comprendiendo el gesto.

En el ascensor, Diana comentó con naturalidad:

—El estacionamiento está un piso más abajo. Nos vemos en la oficina, señor.

—Gracias por todo, Diana.

Ella solo asintió antes de salir del edificio. Su blazer a cuadros grises y sus botas bucaneras negras de gamuza por encima de la rodilla la hacían lucir imponente. Sin gafas, su presencia se volvía aún más magnética. David la observó hasta que las puertas del ascensor se cerraron, reprimiéndose para no perder la concentración en el trabajo.

En su auto, camino a la oficina, un semáforo en rojo le reveló la escena: Diana cruzaba la calle, ajustando una de sus botas sueltas. Conductores y peatones se detenían a mirarla, y ella, consciente de las miradas, sonrió con discreción antes de continuar. Los bocinazos lo devolvieron a la realidad. Aceleró con gesto molesto, aunque la imagen de la joven seguía rondándole la mente. Había conocido muchas mujeres hermosas, pero ninguna como Diana: no era solo belleza, sino la naturalidad y seguridad en cada uno de sus gestos. Ahora entendía por qué se había ocultado del mundo. Ella era fuego, y todos querían ser consumidos por él.

Al llegar a la oficina, trató de concentrarse, pero poco después Fabián apareció con el ceño fruncido.

—¿Despediste a Diana? —preguntó sin rodeos.

David lo miró, molesto.

—Buen día, Fabián. No dormí contigo. Y, para tu tranquilidad, no, no la despedí. Está en camino.

El abogado suspiró aliviado.

—Menos mal. ¿Y qué pasó anoche? ¿Hablaron?

—Sí, fuimos a su casa a tomar un café y conversar.

Los ojos de Fabián se abrieron de par en par.

—¿A su casa?

—No es lo que piensas. Solo hablamos. ¿Sabías que vive a ocho cuadras de aquí?

—No. En realidad sabemos muy poco de ella… pero ella sí sabe todo sobre nosotros.

—Es su trabajo, ¿no? Organiza mi agenda.

—Y la mía.

David lo miró con fastidio.

—¿Y tu secretaria qué hace?

—Vaya a saber Dios —rió Fabián, encogiéndose de hombros—. ¿Y bien? ¿Qué te dijo?

—Luego te cuento. Pero quiero pedirte un favor: hoy no lleva ese disfraz de abuelita.

—¿Cómo sabes eso? ¿La viste esta mañana?

David carraspeó.

—Sí, me quedé a dormir en su departamento. Y, por cierto, es más grande que el tuyo. No me interrumpas más, después te cuento todo. Solo recuerda: no la mires demasiado, le incomoda que la observen.

Fabián arqueó una ceja.

—David, me conoces. ¿Por qué iba a mirar fijamente a tu secretaria? Ella no es mi tipo…

En ese instante, la puerta sonó y Diana entró con su tableta en mano, elegante y segura.

—Buenos días, abogado. Hoy tiene reunión con los representantes del grupo Lauren a las ocho y media. ¿Su secretaria no le informó?

Fabián permaneció paralizado por la presencia de Diana, hasta que David le lanzó un bolígrafo.

—Ah… sí. Justo iba a buscar las copias del contrato. Buen día para ti también, Diana.

Ella asintió y se concentró en su labor.

—Muy bien —dijo David, interrumpiendo el silencio—. Haz eso y luego hablamos.

Fabián salió con disimulo, mirando de reojo a Diana antes de cerrar la puerta.

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