Capítulo 7
Capítulo 7
Al quedarse a solas, Diana revisó la agenda y estaba a punto de marcharse cuando David la llamó.
—Diana, comunícame con mi padre. Ayer no pudimos hablar y quiero informarle mi decisión sobre el proyecto hotelero de los Marqués.
Ella vaciló un instante, sintiéndose culpable, pero David la tranquilizó.
—No es solo por ti. Después de lo que vi ayer en Mark, confirmé que no puedo trabajar con alguien así.
Diana asintió y salió de la oficina, dejándolo sumido en sus pensamientos.
Más tarde, Luego de la reunión con el señor Ming, David fue a la oficina de Fabián. Este revisaba documentos.
—Volviste.
—Sí…
—¿Cómo salió la negociación con el señor Ming?
—Bien, el proyecto es nuestro.
—¿Y por qué cara?
—Llevé a Diana para que tomara notas y tradujera lo que hablaban por lo bajo. Después de horas de negociación, el hijo del señor Ming comenzó a coquetear con ella como si estuviéramos en una discoteca…
—¡Ja, ja, ja! Para… ¿desde cuándo te fijas en lo que hace tu secretaria?
—No me importa lo que haga, me molestan las faltas de respeto. Además, cuando el abogado del señor Ming comparó nuestras empresas con Paraíso, Diana saltó como leona a defenderme.
—Veo que fue dura la negociación, pero lo conseguiste. Ahora, ¿qué pasó anoche con Diana?
—Te dije que nada pasó. Fuimos a su casa, tomamos café, hablamos hasta casi las cinco de la mañana… y como sabe que vivo lejos, me ofreció quedarme en su cuarto de invitados.
En ese momento, Diana entró con un dictáfono.
—Disculpen, iba a tocar, pero la puerta estaba abierta. Señor Fabián, aquí está el resumen de la reunión para redactar el contrato. Con permiso.
David supo de inmediato que escuchó todo.
—Diana, quiero pedirte disculpas. No debí hablar así de lo que me confiaste.
—No tiene que disculparse, señor Palmer. Fui yo quien cruzó los límites. Creí que eras un amigo, pero eres mi jefe, y no debo olvidarlo.
David la miró, frío.
—Sabes que nunca te traté así. Si fuera así, te hubiera reprochado coquetear con un posible socio como si estuvieras en aquel burdel donde trabajas.
Diana levantó la mano para callarlo.
—Nunca pensé que usarías palabras tan hirientes. Sí trabajo en un antro, pero no soy una prostituta. Por eso nunca te conté mi otro trabajo. Usted tiene muchas cualidades, pero el ser un caballero no es una de ellas. Admito que aceptar la invitación del señor Ming fue un error en mi horario laboral. Si terminó de insultarme, me retiro.
David no supo qué decir. Ella entró al baño y permaneció allí un largo rato. Él se sentía culpable y molesto a la vez.
Al final de la jornada, la vio y le preguntó:
—¿Aún no te vas?
—No, señor Palmer. Debo enviar unos correos más y luego me iré.
David no dijo nada más. Esperó a Fabián y, al salir, este comentó:
—¿Qué le pasa? Mi secretaria dijo que la escuchó llorar en el baño.
—¿Lloró? —preguntó David, apretando los puños—. Nada, hoy le mostré por qué las mujeres me consideran un bastardo.
Fabián lo miró incrédulo.
—Desde cuándo te importa lo que haga tu secretaria…
—Es como una amiga. Hoy me enojé porque coqueteó con Jian, y reaccioné mal.
—Eres un idiota. No tienes derecho a reclamarle por coquetear cuando tú haces lo mismo.
David bajó la cabeza.
—Tiene razón.
—Espera a que salga y pídele disculpas. Diana jamás ha faltado a su trabajo; es eficiente y dedicada. No le des motivos para que quiera renunciar.
Cuando Diana salió, David la llamó:
—Diana, debemos hablar.
—¿Qué necesita, señor? Mi horario ya terminó…
—Sé que me equivoqué. No debí hablarte así.
—No debió, pero no guardo rencores. A partir de ahora, nuestra relación será estrictamente profesional, como siempre debió ser.
—Si fui un idiota y te traté mal, no quiero que nuestra relación cambie. Te considero una amiga…
—Pues si así trata a los amigos, no quiero ser su enemiga.
—Siempre te traté bien. ¿Por qué no puedes perdonarme?
—Me dolió. Me costó confiar en usted por primera vez, y no solo se burló, sino que me insultó.
David se detuvo frente a ella.
—Tienes razón, no debí…
—Y el colmo es que usted no es un hombre intachable —dijo Diana, dejando que se desahogara—. Le cuadré citas, despaché novias para que no se enterara de sus relaciones, mentí y hasta terminé asuntos por usted… y se atreve a llamarme prostituta solo por aceptar una tarjeta de presentación.
David la miró fijamente.
—Sí que eres dura cuando quieres. ¿Te sientes mejor?
—Sí.
—¿Me perdonas?
Diana asintió, y ambos continuaron camino a su edificio.
—¿Me invitas a tomar algo?
—Si entro, tal vez tenga más historias tristes para contar.
—Tengo whisky, escucho las que quieras.
—Tengo tres botellas. Usted es pésimo dando regalos.
—Ja, ja, ja. Es que regalo lo que me gustaría que me regalaran.
—Ya veo… pero a este paso me volveré alcohólica.
Ambos entraron riendo. Sus problemas se habían resuelto; Diana vio la sinceridad en David y, aunque quería cortar lazos, decidió perdonarlo. Él era su único amigo, y lo sabía.






















