Nunca Digas Lo Prohibido

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04 Un hermoso extraño

Savannah

—Buenas noches, Savannah.

—Buenas noches —ambas nos saludamos con besos en las mejillas.

—Te ves preciosa, Savannah —me mira de arriba abajo con una amplia sonrisa.

—Gracias. Tu igual.

—Vamos, cariño —me agarra de la mano.

Junto con ella ingreso al prestigioso hotel.

—¿Y tu madre? —pregunta Karen al subir en el ascensor.

—En Los Ángeles —respondo entrando detrás de Karen.

—Genial ¿Cómo está ella? —pregunta mirándome, y se acomoda su melena con delicadeza.

—Está muy bien, Karen —me esfuerzo por sonreír.

—Que bien, hace ya varios días que no conversamos —comenta.

—Ha estado ocupada —respondo.

Karen asiente. En ese momento el ascensor abre y ambas bajamos ingresando por un pasillo con piso de alfombra azul oscuro, paredes beige y lámparas colgantes con luces amarillas.

—Sabe que estás aquí —voltea a mirarme, mientras acaricia mi cabello.

—Si…

—Bueno, de todos modos tu madre sabe que yo con gusto te voy a cuidar —con el brazo rodea mi hombro—. Además, ya eres toda una mujer, puedes salir para donde quieras sin el permiso o la vigilancia de tu madre —rueda los ojos, esbozando una sonrisa.

No les respondo, simplemente le sonrío.

Karen no agrega algo más, se aleja de mí y se vuelve a acomodar el cabello, luego su vestido largo.

—Has llegado en el momento adecuado, ya la mayoría de los invitados están aquí —se acerca a una puerta en donde están dos hombres con trajes, quienes enseguida abren las puertas dobles y la música movida se escucha a un volumen adecuado.

Entro al lugar al lado de Karen. Examino el amplio lugar, la luz es tenue, pero se ve todo normal. Lámparas de araña y de cristal cuelgan del techo, el piso de mármol beige es casi un espejo, mesas para invitados, pista de baile, el catering sosteniendo bandejas con aperitivos y copas de cualquier alcohol costoso. Es de esperarse que abunde una gran cantidad de trajes ejecutivos y vestidos de diseñadores en distintos modelos sobre mujeres que visten caro de pies cabeza.

Ningún rostro es conocido para mí, hay personas de distintas edades, desde los dieciocho a los setenta, hombres guapos y no tan agraciados. Mujeres hermosas y con cuerpos espectaculares. Me supongo que personas influyentes de la ciudad de Nueva York.

—¡Hola! —Karen se detiene frente a una mujer alta y esbelta de tez blanca y ojos azules, que luce un precioso vestido largo color esmeralda.

—¿Cómo estás, Karen? —saluda la mujer de vuelta

—Estoy muy bien, Lea —responde Karen sonriendo.

Los ojos azules de la mujer se posan en mí.

—Mucho gusto, Lea Harvy —extiende su mano para mí.

Le sonrío amable.

—Un placer, Savannah Cavendish —estrecho su mano de vuelta.

—Oh, Cavendish, ¿de los Ángeles?

—Si —afirmo.

—Su padre es Dante Cavendish —dice Karen—. Savannah es uno de los preciosos rostros que estará en Berry.

La mujer levanta las cejas.

—Interesante. Me encantará verte, Savannah —refiere la mujer sonriendo.

—¿Champaña? —pregunta uno del Catering manteniendo una sonrisa.

—Gracias —dice Karen agarrando dos copas de Champaña.

—Te lo agradezco —Lea agarra una copa.

—Que disfruten —dice el hombre para después marcharse.

—Esta es para ti —Karen me entrega una copa de champaña.

—Gracias —la agarro y con sed bebo un trago.

—Entonces eres la hija de Dante —dice la mujer—. Vaya, creo que te llegué a ver pequeña.

Obligo a mis labios deslizar una sonrisa.

—Sí, seguro.

—¿Oye, no has visto a Aitana? —pregunta Karen mirando a Lea, luego bebe de la copa.

—Creo que la vi por ahí —avisa Lea mirando en otra dirección del lugar.

—Sí, sí. Ya la vi —dice Karen—. Nos vemos luego, Lea —se empieza a alejar—. Ven, Savannah —vocifera mientras se pierde entre el montón de personas que hay en la fiesta.

—Hasta luego —sosteniendo mi copa, decido continuar por el camino que Karen ha tomado y con la mirada trato de encontrarla.

Solo escucho conversaciones y música, a medida de camino. Sin embargo, cuando voy a esquivar a un hombre alto de cabello negro, espalda ancha y un traje ejecutivo azul oscuro, él retrocede un paso hacia mí y con suavidad tropieza conmigo. Jadeo, al caer al piso de espaldas mientras que la copa que sostengo, cae al piso volviéndose trizas y salpicando mi vestido con champaña.

¿Dos horas arreglándome para esto?

Cuando me preparo para incorporarme y reclamar, lo veo girarse y mis ojos chocan con unos ojos azules extremadamente claros, una impecable barba oscura que rodea unos labios carnosos y provocativos. En realidad un rostro sumamente atractivo y llamativo. Sexy.

El hombre más hermoso que he visto, sin embargo, se nota que es mayor que yo. Y mucho.

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