



Terapia
—Señorita Dillard, puntual como siempre, por favor siĂ©ntese —indicĂł Susan. HabĂa sido la terapeuta de Lita durante el Ăşltimo mes, exactamente un dĂa despuĂ©s de que Lita se mudara a su apartamento. Pero desde la primera visita, siempre insistiĂł en que Lita la llamara Susan, para mostrar que su oficina era un espacio amigable. Pero no lo era y Lita lo sabĂa, simplemente por el hecho de que Susan nunca la llamaba Lita. Siempre era Señorita Dillard.
—Entonces, ÂżquĂ© hay de nuevo en la agenda de mi madre? —preguntĂł Lita, descartando cualquier cortesĂa en la puerta. Se desplomĂł en el sofá de cuero sobrevalorado con una mueca.
—Tu madre te manda saludos, como siempre, y una vez más, estoy aquà para recordarte que solo quiere lo mejor para ti. Hoy estamos aquà para hablar del gimnasio nuevamente. Es importante que te cuides mejor. ¿Has encontrado un lugar adecuado? Tengo algunas sugerencias que tu madre ha aprobado, si te interesa.
—No, gracias, Susan. Encontré uno ayer. Aquà está el recibo —respondió Lita, prácticamente lanzando el papel medio arrugado a las manos de Susan. La mujer se aclaró la garganta y limpió sus gafas lentamente antes de tomar el recibo en sus manos.
—Mmm, aquĂ no hay nombre. Solo dice Club AtlĂ©tico en la lĂnea del artĂculo. ÂżCĂłmo se llama? ÂżDĂłnde está?
—Está bastante lejos, pero me gusta el trayecto —sonriĂł Lita con actitud—. Me da mucho tiempo para pensar. Y prefiero mantener el nombre para mĂ. Me dijeron que podĂa elegir mi gimnasio, y lo hice. No deberĂa importar dĂłnde estĂ©. De todos modos, pensĂ© que el costo satisfarĂa a mi madre, asegurando que he elegido un lugar adecuado para una familia de nuestro calibre. —Lita odiaba hablar de esa manera. Era elitista e implicaba que otros eran inferiores porque no eran ricos. Pero era el lenguaje que tanto Susan como la madre de Lita amaban escuchar. Validaba que Lita estaba absorbiendo su entrenamiento.
Susan asintiĂł pensativamente.
—SĂ, supongo que los gimnasios exclusivos no necesitan anunciarse en los recibos. Bastan las palabras boca a boca. SĂ, creo que ella estará complacida con esto.
Susan guardĂł el papel en una carpeta y tomĂł su bloc de notas.
—¿Empezamos?
Lita asintiĂł.
—¿Cómo está tu agresividad hoy, en una escala del 1 al 10?
Once, pensó Lita. —Dos —respondió en voz alta.
—¿Y el enojo?
Doce, gruñó Lita en su cabeza. —Uno —suspirĂł, cansada de responder la misma letanĂa de preguntas todos los dĂas.
—¿Cuántas pastillas estás tomando al dĂa? —Susan bajĂł la nariz en esta pregunta, tratando de escrutar la respuesta de Lita.
—Dos, como siempre —se encogió de hombros Lita, sabiendo que en realidad eran más cerca de cinco o seis.
—¿Y el sueño? ¿Has tenido pesadillas?
—No tantas. He estado durmiendo unas cuatro o cinco horas, pero después del gimnasio ayer, dormà seis.
—Qué bien. Y lo mejor es que hará maravillas por tu tez y tu cabello, que se han vuelto bastante... apagados.
Lita nunca habĂa tenido una terapeuta antes de la muerte de James, pero no creĂa que Susan lo estuviera haciendo correctamente. No era alentadora ni afirmativa. Constantemente hacĂa pequeños comentarios mordaces, y a veces sentĂa que estaba escuchando a su madre en carne y hueso, con todo el elitismo y los prejuicios. Pero al final, Lita se sentarĂa felizmente allĂ todos los dĂas hasta que comenzara la escuela si eso significaba que podrĂa tener algo de libertad. DespuĂ©s de eso, solo tendrĂa que ir semanalmente para mantener su libertad siempre y cuando sus calificaciones se mantuvieran altas. Y si todo eso significaba que podrĂa ir a una escuela al otro lado del paĂs de sus padres, estaba dispuesta a hacer cualquier cosa. Unirse al gimnasio y la posibilidad de liberarse del control de Brian eran bonificaciones que no podĂa dejar pasar.
—¿Qué tal el apetito? Parece que no comes otra vez... —Susan hizo un chasquido con la lengua y Lita se estremeció. Probablemente era el sonido más irritante del mundo, y era despectivo.
—Anoche me comĂ una ensalada de jardĂn entera con aguacate despuĂ©s del gimnasio —asegurĂł Lita, sabiendo perfectamente que solo habĂa picoteado durante una hora y luego bebido una botella de Gatorade. Pero era mejor que Susan no supiera esa parte.
En justicia, Lita habĂa tenido hambre hasta que Brian apareciĂł, pidiendo que cenaran juntos. Cuando se sentĂł a tomar el primer bocado, su apetito se agotĂł, como siempre ocurrĂa despuĂ©s de que Ă©l le recordara lo poco que le quedaba de tiempo.
—¡Maravilloso! —sonriĂł Susan—. ÂżSupongo que tengo que agradecerle a Brian por tu comida? Debe ser agradable vivir con un joven tan apuesto, y en una edad ideal para el matrimonio, tambiĂ©n. —¿Se referĂa a los 18 años de Lita o a los 23 de Brian? Ninguno parecĂa ideal para algo asĂ.
—Como ya le he dicho a mi madre innumerables veces, no vivimos juntos. Estamos en un descanso hasta mayo. Vivimos en el mismo edificio. Eso es todo. Fue su arreglo, no el mĂo.
—SĂ, bueno... las cosas buenas toman tiempo en florecer, Señorita Dillard, a veces todos necesitamos un pequeño empujĂłn aquĂ y allá. Y con la proximidad, es solo cuestiĂłn de tiempo.
Lita mirĂł el reloj.
—Por mucho que disfrute nuestras charlas, parece que se acabó el tiempo. ¿Misma hora mañana?
Una semana después
Lita se derrumbĂł, ahogada por una bocanada de aire. O más bien, la falta de aire. Sus pulmones no parecĂan capaces de absorber suficiente oxĂgeno para sostenerla. Estaba tan fuera de forma, que era triste. Los dos minutos que llevaba corriendo un enfriamiento lento se sentĂan como siglos y Gymhead, Alex, no ayudaba en ese departamento, sonriendo como un idiota exasperante mientras ella se asfixiaba desde adentro. EmpujĂł más fuerte contra su agotamiento, casi lista para desmayarse.
—¿Pausa para el agua, fanática psicĂłpata? —le lanzĂł una mirada fulminante, pero siguiĂł adelante. Sus piernas se sentĂan como gelatina, listas para deslizarse de su cuerpo en cualquier momento. Tropezaba con cada paso. En otro momento o dos, probablemente golpearĂa la banda en movimiento de la cinta y se avergonzarĂa por completo. Tal vez tendrĂa la suerte de noquearse para no tener que escuchar la risa ladradora de Alex otra vez. Luego considerĂł las marcas que la caĂda podrĂa dejar y cĂłmo podrĂa reaccionar Brian ante ellas. TropezĂł de nuevo, esta vez por miedo en lugar de agotamiento, agarrándose a las barras estabilizadoras para apoyarse.
—Vas a caer si no paras —bromeĂł, pero debajo de eso parecĂa impresionado, si no un poco preocupado. Lita tropezĂł una vez más antes de que Ă©l presionara el botĂłn para detener la máquina. DespuĂ©s de un calentamiento de cardio de veinte minutos, un rĂ©gimen de levantamiento de pesas de cuarenta y cinco minutos en el que Ă©l afirmaba no paras, cambias de grupo muscular, una pausa de quince minutos para el agua que terminĂł con la barra de proteĂnas que Alex le lanzĂł, y una serie de ejercicios desgarradores diseñados para enseñarle control corporal, Lita estaba más allá del punto de ruptura. HabĂa dejado de sentir sus piernas hacĂa treinta minutos. Era un milagro que el enfriamiento no la hubiera matado. Aun asĂ, ese fuego en su pecho ardĂa con indignaciĂłn.
—Cállate. Gymhead —logró decir Lita entre respiraciones entrecortadas—. Pero. Gracias.
TodavĂa no podĂa entender quĂ© tipo de entrenamiento personal era este. ÂżHabĂa pasado la Ăşltima semana tratando de entrenarla o de matarla? Se tambaleĂł hasta la fuente de agua y bebiĂł a grandes sorbos, derramando la mayor parte sobre su sudadera con capucha demasiado grande. Con la cantidad de sudor que ya habĂa empapado, apenas podĂa notar la diferencia. Era como si todo su cuerpo estuviera desprovisto de agua al final de cada sesiĂłn de entrenamiento. Ni siquiera le importaba si olĂa mal. ÂżLe habĂa advertido Alex sobre usar capas? SĂ. Pero Ă©l no entendĂa por quĂ© no podĂa quitárselas.
En algĂşn momento, Lita esperaba ser colocada con otras mujeres, las llamadas "conejitas del ring", pero eso aĂşn no habĂa sucedido. En cambio, Alex pasĂł la Ăşltima semana castigando su cuerpo. Probablemente Ă©l lo recordaba de manera diferente, pero con la forma en que sus mĂşsculos se tensaban y dolĂan, el castigo era la Ăşnica comparaciĂłn. Sin embargo, debajo de todo el dolor, Lita se sentĂa tan aliviada que podrĂa llorar.
Era suficiente alivio como para fingir no ver a Alex y a los demás riĂ©ndose de ella durante el descanso. Además, Lita habĂa mejorado muchĂsimo, principalmente porque cada vez que estaba a punto de desmayarse, Alex le metĂa una barra de proteĂnas en la cara. Siempre se iba exhausta, lo que la ayudaba a dormir y, durante la Ăşltima semana, incluso le habĂa ayudado a recuperar un pequeño apetito, siempre y cuando pudiera evitar a Brian a la hora de la cena. Algo en el ejercicio estaba funcionando para sacarla de su propia cabeza, solo que no estaba segura si era el entrenamiento o el hecho de que durante el entrenamiento no pensaba en todas las cosas de su vida que le daban ansiedad.
—Está bien. Vamos a dejarlo por hoy. Ahora tengo que dirigir un entrenamiento de verdad —gruñó Alex mientras se alejaba—. Quince minutos de estiramiento de cuerpo completo antes de irte, aspirante.
—¡Espera! —Lita lo llamĂł, ignorando otro de los muchos apodos groseros que le habĂa dado. Su pie resbalĂł mientras intentaba llamar su atenciĂłn y se cayĂł sobre Ă©l. Afortunadamente, Ă©l abriĂł los brazos para ayudarla a sostenerse, pero ella terminĂł con la cara contra su pecho, solo separada de su piel por una delgada camiseta sin mangas. Sus mĂşsculos estaban cálidos y, mientras se apartaba para enderezarse, lo extrañó. ÂżPor quĂ© extrañaba algo tan simple como un abrazo? Incluso tan desordenado e incĂłmodo como habĂa sido ese. No extrañaba realmente el abrazo. Extrañaba a James. Y sentirse segura. Ninguna parte de ella tenĂa miedo de Alex. Era un imbĂ©cil, claro, pero no tenĂa ese mismo fuego en los ojos que Brian tenĂa a menudo. Un filo duro como una cuchilla, constantemente buscando algo que herir.
—¿QuĂ© demonios te pasa? —espetĂł Alex, empujándola con suavidad. EsperĂł hasta que ella pareciĂł estar estable antes de soltarla—. ÂżTienes dos pies izquierdos o quĂ©? ÂżY por quĂ© quieres ver a otras personas entrenar? —Sus ojos se dirigieron a sus muñecas por un momento, pero estaban cubiertas. Era como si constantemente estuviera revisando esos moretones que ella habĂa mostrado accidentalmente. Lita se moviĂł nerviosamente, enderezando su espalda.
—Mira... SĂ© que lo que me tienes haciendo no es un entrenamiento real. SĂ© que no podrĂa seguir el ritmo de un entrenamiento real, todavĂa. Lo entiendo. Entonces, Âżpuedo verlos entrenar? Ya sabes, para ver lo que me espera en el futuro.
Él se rio rápidamente y se encogió de hombros.
—Muñeca, nunca vas a poder seguir el ritmo de uno de estos entrenamientos, asà que esto no es tu futuro, lárgate, este es el tiempo reservado exclusivo como puedes ver. El gimnasio está cerrado, conejita psicópata.
Lita apartĂł su irritaciĂłn, obligándose a mirar el gimnasio y no a Alex. MirĂł a su alrededor y se dio cuenta de que el gimnasio estaba casi vacĂo. HabĂa dos hombres grandes peleando en el ring, con uno observando desde las cuerdas y hablándoles de una manera que no parecĂa precisamente amable, y habĂa dos mujeres estirándose contra la pared del fondo. Todos los asistentes casuales del gimnasio y las mujeres de la clase de kickboxing anterior se habĂan ido, dejando a Lita sola. Alguien accionĂł un interruptor en algĂşn lugar, y las luces fluorescentes cambiaron a neĂłn, llenando la sala de color. Solo hizo que quisiera quedarse aĂşn más.
Alex continuĂł hacia la sala trasera.
—¡Circuitos en diez, imbéciles! Sticks, al suelo y estira. Ahora.
—¿Sticks?
—Sà —Alex se rio por encima del hombro—. Dios, esperaba que preguntaras. Se giró y señaló sus piernas—. Esos son palos. Estira y vete a casa.
—ImbĂ©cil —Lita siseĂł entre dientes, pero hizo lo que Ă©l dijo, bajándose a las colchonetas para estirarse. Su cuerpo gritaba, rebelándose contra la sensaciĂłn de trabajar sus mĂşsculos. PasĂł el rodillo de mĂşsculos por sus isquiotibiales. Gimiendo, Lita pasĂł por cada estiramiento que Alex le habĂa mostrado y luego se crujiĂł la espalda sobre el bloque adecuado. No una, sino dos veces, casi llorando de alivio repentino. Las quejas de Alex sobre su postura durante los ejercicios habĂan vuelto para morderla.
Finalmente, terminados los movimientos tortuosos, Lita se levantĂł y recogiĂł sus pertenencias, ignorando los ojos en su espalda.
—Fanática psicĂłpata —una voz profunda y resonante anunciĂł su presencia y Lita sintiĂł un estremecimiento involuntario recorrerla al oĂrlo—. La mala postura te matará con Alex. Siempre.
—No me habĂa dado cuenta —replicĂł secamente, negándose a darse la vuelta. EscuchĂł la profunda inhalaciĂłn y luego una risa gruñona. Lita rodĂł los ojos, molesta de que Ă©l estuviera diciendo algo que ella ya habĂa notado.
—TĂş y mi Beta parecen... cercanos —dijo, y habĂa algo en su tono que no podĂa identificar. ÂżQuĂ© era con esta gente y los nombres raros? Incluso habĂa oĂdo a alguien apodado Delta antes y se contuvo de reĂr. Luego pensĂł en los apodos de Alex para ella y decidiĂł que no era tan extraño.
Nadie necesitaba decirle que el señor-alto-oscuro-y-apuesto estaba detrás de ella. Alfa. EchĂł un vistazo rápido detrás de ella para ser recibida con un torso maravillosamente desnudo, a pocos centĂmetros de su cara, todo piel blanca brillante y pezones bronceados. Inconvenientemente, su cuerpo borrĂł su confusiĂłn sobre los tĂtulos extraños, empujándola detrás del rubor en su piel. El calor irradiaba de Ă©l y luchĂł por no hacer ningĂşn sonido embarazoso de sorpresa mientras tomaba una complexiĂłn que solo el sudor podĂa realzar. Sus ojos siguieron las duras crestas de mĂşsculo hacia sus anchos hombros y ojos marrones oscuros. Su párpado izquierdo se contrajo, sus cejas se fruncieron sobre una boca apretada. OlĂa tan familiar... como leña y aire otoñal. Como hojas hĂşmedas y árboles despuĂ©s de una tormenta. El aroma le enviaba pulsos por el cuerpo que se negaba a examinar.
Cerrando la cremallera de su bolsa, Lita la lanzĂł sobre su hombro y casi saliĂł corriendo por la puerta principal. Solo una vez que se hubo asegurado detrás del volante de su SUV, finalmente soltĂł el gemido que habĂa estado conteniendo. Lita apoyĂł la cabeza contra el volante, subiendo el volumen de la mĂşsica. Ese hormigueo bajo su piel era una complicaciĂłn. Una complicaciĂłn que no podĂa permitirse.