Noventa y dos

—Ya era hora de que sucediera... —puse los ojos en blanco.

—¿Ya era hora? ¿Qué demonios estás diciendo, Ric? —casi saltó de su asiento.

—Lo veía venir —respondí.

—Entonces, ¿qué soy ahora? —jugaba con su cabello, sintiéndose más relajada. Esa es mi amante.

—No tengas miedo, Chels, solo eres una ...

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