Noventa y dos

Mientras hablaba, podía sentir el peso de sus palabras, y mi corazón se hundió. Me dolía ver a Carey así, tan vulnerable y angustiada. Sin pensarlo dos veces, la rodeé con mis brazos, atrayéndola hacia un abrazo reconfortante.

—Dime qué está pasando, Carey —le insté suavemente, con una voz calmante...

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