El retorno del pasado

Camila escuchó que quien había tomado la llamada, había sido una mujer, en ese instante, arqueó sus cejas, haciéndose mil preguntas en su cabeza.

«Disculpa, creo que me equivoqué», dijo, colgando la llamada.

―¿Qué pasó, Cami? ¿Marcaste un número equivocado?

―No, ―responde mirando la pantalla de su móvil ―pero, me parece muy extraño, no fue Fernando quien me contestó sino una mujer.

―¿Una mujer? ¿Será la asistente?

―No lo sé, no parecía la voz de Sandra.

Camila quedó muy aturdida luego de haber hecho aquella llamada, en su estómago se había formado un torbellino de confusión y en su corazón, un dolor repentino.

―Pero llámalo de nuevo, tal vez, se mezclaron las líneas.

―No, mejor voy con el gineco-obstetra y ya luego, me ocupo de eso.

Luego de que el médico le hiciera el chequeo completo y el eco pélvico, corroborando su estado y un aproximado del tiempo que tendría de gestación, sale del consultorio.

―¡Vamos Gretta! Necesito llegar a casa cuanto antes.

―De acuerdo, pero dime, ¿todo está bien?

―Sí, amiga. El médico me mandó algunas vitaminas y otras pastillas, igual te voy contando en el camino, vamos a casa, pero manejas tú, no tengo ganas de hacerlo, creo que los nervios se han apoderado de mí.

Gretta encendió el auto, tomando la vía hacia el centro de la ciudad, el clima estaba cada vez más frío, el cielo vestido de blanco y las gotas de lluvia, no cesaban.

Camila iba mirando por la ventanilla del copiloto, perdida en sus pensamientos. Mientras cambiaba el semáforo, vuelve a la realidad al ver un Mazda Azul Índigo a escasos metros, preguntándose.

«¿Ese es el auto de Fernando?»

En la ciudad de Madrid, Fernando era un magnate muy reconocido, cualquiera que viera ese auto con ese color tan único, sabía que era de él. Camila se acomodó un poco en su asiento, para intentar ver un poco más de lo que podía, cual sería su sorpresa, que visualizó a una mujer morena de cabello largo, lacio y oscuro, sentada en la parte delantera, acercándose mucho a Fernando, besándolo en el cuello.

Camila sintió en ese momento, que su mundo se le desvanecía en un santiamén, Gretta se dio cuenta que su amiga no estaba bien.

―Amiga, ¿qué te pasa? Has perdido el color. ¿Quieres bajarte del auto? ¿Estás mareada?

―No, nada, no me pasa nada, tal vez sea la emoción por mi embarazo. ―respondía mientras apretaba con fuerza el sobre con los resultados y la primera fotito de su bebé.

En un abrir y cerrar de ojos, ya Gretta había entrado a la villa, estacionándose justo frente a la puerta de la casa.

―Hemos llegado, Cami. ¿Quieres que te acompañe?

―No Gret, no es necesario, estoy muy cansada, solo quiero recostarme un par de horas. Llévate el auto, me lo traes ahora en la tarde. ¿Vale?

―¡Vale, amiga! Pero antes dime... de verdad ¿te sientes bien?

―Descuida, todo está bien.

Camila se despide de Gretta y baja del auto.

Ya en el interior de su hogar, se quita los zapatos, deja su bolsa y las llaves en una rinconera a la entrada, se dirige a la cocina, se sirve un vaso con agua y se sienta en uno de los banquitos del mesón.

Habiendo pensado muy bien lo que iba a hacer, se decide. Toma el teléfono, marca unos números y del otro lado de la línea, le responden, pero ella se adelanta, diciendo:

«Buenos días Fernando, necesito decirte algo», en ese momento, el receptor colgó y a Camila le entraron unas ganas de llorar indescriptibles, mientras que un amargo dolor le carcomía el alma.

Tic, Toc, Tic, Toc, Tic, Toc

Sonaba el reloj colgante en la pared del comedor de Camila, pasaban las horas lentamente mientras su alma se carcomía en la impaciente espera.

Eran las dos y treinta de la madrugada.

Camila se escurrió en la pared hasta caer en el piso, sentándose con la cabeza sobre sus rodillas. los brazos abrazando sus piernas y la mirada perdida en aquellos bonitos recuerdos de momentos mágicos junto a su marido, en algún pasado extraviado de su vida.

Estuvo en esa posición por un largo rato, hasta que sintió que su columna se entumecía, por lo que se levantó del suelo, dirigiéndose hacia la cocina para prepararse una tila, necesitaba calmarse, estar tranquila, por el bien de ella pero sobre todo el de su anhelado bebé.

Miró el sobre con el resultado de sus análisis médicos, esa mañana había amanecido tan contenta por su sospecha y luego, lo hubo estado más, cuando recibió la maravillosa noticia. Estaba muy ilusionada al querer compartir la buena nueva con su marido pero ahora al parecer no tenía sentido.

Al cabo de unos minutos, entre el silencio se coló el ruido de las llaves en la cerradura de la puerta de entrada. Llegó su esposo.

Fernando Valderrey era un hombre realmente apuesto, vestía un traje de diseñador. Físicamente era blanco, ojos negros y encantadores, cabello liso y castaño oscuro, labios povocativos... de espalda ancha, brazos fuertes, de estatura alta, robusto e inevitablemente perfecto, aunque su personalidad podría ser un poco amenazante.

—¡Estás de regreso! —dijo Camila en un susurro.

—Mmm, ¿qué haces despierta a esta hora? Creí haberte dicho que no me esperaras, pues llegaría tarde, tenía junta con los socios. —respondió Fernando cerrando la puerta tras de él.

—¡No, no me avisaste! Pero aún así, quise esperarte, tenemos que hablar..

—No era necesario que lo hicieras, además, para hablar ya habrá otro momento. Es muy tarde y...

Camila se acerca a él, notando que en el cuello de la blanca camisa lleva una marca de labial carmesí, lo que la hirió profundamente.

—Entiendo que estés cansado, —interrumpió —creo que lo mejor es que vayas a darte una ducha y te acuestes, debes descansar.

Ella trató de olvidar lo que había visto en su camisa, esa marca que solo le hacía un daño interno y le carcomía el alma.

—¡Sí, estoy exhausto! —expresó mientras se quitaba la camisa frente a su esposa y se mantenía, en esa posición gélida.

Al tomar la camisa entre sus manos, visualizó el beso en su camisa, sin embargo, no le dio importancia y se dirigió hacia el lavandero, para colocarla en el cesto de la ropa sucia. De ahí, se encaminó hacia las escaleras. Camila se quedó un instante más en la cocina, mientras acababa su té.

Unos minutos más tarde, estaba en su habitación, mientras escuchaba el agua de la ducha caer, se perdía una vez más en sus pensamientos,

De repente, escucha el vibrar del móvil de su esposo, cuando voltea hacia él, lo toma en sus manos y lee en las notificaciones:

«Fer, esta noche fue maravillosa. Gracias, sin duda me has hecho muy feliz, valió la pena volver».

Camila leyó el mensaje que le enviaron a su esposo, lo que la hizo alterar profundamente. No sabía si dejarse llevar por la molestia y la amargura que sentía en ese momento o solo callar y hacer de tripas, corazón.

«¿Quién será esa mujer? Aparece un nombre allí pero... pudo haberlo cambiado para camuflagear el verdadero emisor», pensaba Camila, aún con el móvil entre sus temblorosas manos.

«Pero dice Brittany, ¿será posible que sea ella? ¿Su ex?»

Camila estaba al tanto de la existencia de Brittany en la vida de Fernando, sabía que él la había amado con todo su ser desde que era un adolescente, que se entregó a ella así como a su corazón, pero esa mujer, solo había jugado con sus sentimientos, o al menos era su percepción.

«¡No puede ser! Pero habla de haber vuelto, no puede ser otra más que esa mala mujer», pensaba.

Brittany, siempre estuvo ahí, entre ellos, como una sombra que no los dejaba ver la luz en su relación, a pesar del tiempo que llevaban casados. Iba y venía, y cada vez que lo hacía, terminaba destruyéndolos, pero Fernando no se daba cuenta de eso y siempre, le seguía el juego sin importar lo que Camila sintiese en ese momento.

«Esa despiadada mujer ha sido la culpable del desamor de Fernando hacia mí», decía entre dientes mientras las lágrimas se adueñaban de sus ojos miel.

En ese ínterin, deja de escuchar el agua de la ducha, se abre la puerta y sale Fernando con una toalla a la cintura, este la mira sin mostrar ningún tipo de sentimientos y le pregunta:

—¿Para qué me llamaste? ¿Hay algo importante que deba saber?

Camila levanta la mirada y aún con sus ojos ahogados en llanto, le responde:

—No, nada importante.

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