NO PUEDE SER EL CAMBIO

Cuando pasé al lado de la mesa donde estaban los Maclovin, no me molesté en mirar. Para mí, no existían. Sentí la mirada de Federick sobre mí, pero lo ignoré. Sabía que estaba ahí, lo localicé en cuanto entré al salón, pero no le daría el gusto de notarlo. Aun así, su reacción no pasó desapercibida; al pasar cerca, vi cómo su cuerpo se tensaba. Mi perfume debió traerle recuerdos, era el mismo que usaba en momentos especiales. Seguro estaba desconcertado.

Desde la distancia, pude oír a Diane agitarlo. La escuché llamarlo repetidamente, intentando sacarlo de su estupor.

—¿La has visto? —le preguntaba, con insistencia.

—¿He visto qué? —respondió él, claramente desorientado.

—¡A Charlotte, tonto! ¿Qué demonios le pasó? ¿Por qué está vestida así? ¿Y qué hace con Dora Feldman? —seguía preguntando, mientras el desconcierto crecía en su voz.

Federick tartamudeaba. —No puede ser ella... Charlotte era una campesina. Nunca supe de su familia ni de sus orígenes, no tiene sentido que esté con una mujer como Dora Feldman.

Diane, por su parte, no dejaba de sonreír. —Tú mismo lo acabas de decir, ni siquiera sabías quién era realmente tu esposa. Es Charlotte, ¡lo sé! —murmuraba con un toque de satisfacción. Sabía que, en el fondo, me reconocía, aunque no quería admitirlo. Y aunque ella y yo habíamos sido cercanas en algún momento, su familia me había rechazado, viéndome como una simple sirvienta.

NO PUEDE SER EL CAMBIO

Federick Maclovin

Palidecí  al escuchar las palabras de Diane. Si ella está en lo cierto, necesitaba  averiguar qué está haciendo Charlotte aquí. Pero antes de que pudiera mover un dedo, el anfitrión del evento pidió a todos que tomaran asiento para anunciar a los empresarios del año. Mientras él hablaba por el micrófono, yo no podía concentrarme en nada más que en Charlotte, observando cómo todos a su alrededor la alababan. Y turbios pensamientos allanaron mi cabeza, como si estuviera  cayendo ante sus encantos, unos que jamás me fije cuando estuve casado que pudiera tenerlos.

«¿Será ella? ¿Será mi Charlotte?» Pensaba una y otra vez.

—¡Señoras y señores! El gran premio a la empresa agrícola del año es para Industrias Feldman —anunció el anfitrión, señalando a Charlotte y a Dora. Vi cómo se abrazaban y reían juntas antes de subir al escenario. La atención de todos se centró en ellas.

Solo entonces empecé a prestar atención cuando Dora tomó el micrófono.

—Gracias por este reconocimiento. Pero nuestra compañía no habría alcanzado este éxito sin la gestión de nuestra brillante administradora, mi querida hija, Charlotte Feldman.

El nombre resonó en mi cabeza como un ruido torturador. ¡Charlotte Feldman! No era el apellido de la mujer que conocía como mi esposa, pero, sin duda, era ella. Mi tensión cayó por completo, y un sudor frío comenzó a recorrerme. No podía creer que Charlotte no era solo una campesina, sino la hija de una familia agrícola influyente. Todo lo que creía saber se desmoronó frente a mí.

Sentí que me iba a desmayar. Mis manos resbalaron de las barandas de mi silla, y casi vomito por la sorpresa. No era el único sorprendido. Mi madre, a mi lado, estaba en shock absoluto.

—¡No me digas que es ella! ¡No puede ser esa arrastrada! —mi madre pataleaba incrédula, para ella era imposible ver como la mujer que ocupo un lugar en nuestra casa, y hasta llegó a ser su empleada del servicio, estaba siendo nombrada la ganadora de uno de los eventos más importantes del país, eso si que era realmente humillante para nosotros ¡De no creer!

—Así es, mamá —respondió Diane, con una satisfacción que no podía ocultar.

—No, no puede ser ella. ¿En qué momento se convirtió en la hija de los Feldman? ¿Sabes cuánto dinero tiene esa gente? —se preguntó mi madre con ironía

Yo seguía en estado de shock. Me había alejado de una mujer tan especial por un capricho, y nunca imaginé que regresaría, y menos convertida en una figura tan poderosa. Solo deseaba que la tierra se abriera y me tragara de una vez.

—¡Vámonos! —exclamé.

—¿Qué? ¡No vamos a irnos, Federick! Ahora es el peor momento para irnos. ¿No te das cuenta  lo que está pasando frente a nosotros? —Mi madre señaló hacia el escenario, donde Charlotte hablaba.

—¿De qué estás hablando, mamá? —le pregunté, confundido—. Solo veo a una mujer ostentosa. No me siento cómodo aquí. Si ustedes no se van, me iré solo.

—¿Eres idiota o qué, Federick? Esa mujer te amaba con toda su vida. Esta es la oportunidad perfecta para hablarle y volver con ella. Podría ser nuestra única chance de salvarnos de esta quiebra —me dijo mi madre, visiblemente interesada.

La incredulidad me invadió al ver la perspectiva de mi madre. Negué con la cabeza y me puse la mano en la frente.

—¿Qué te pasa, mamá? Eso nunca va a pasar. ¿Acaso te olvidas de cómo nos divorciamos?

—Hijo, todos cometemos errores —dijo Magdalena con una nota de esperanza en su voz—. Debemos acercarnos a Charlotte. Es nuestra última oportunidad.

Suspiré con pesadez y volví a mirar hacia el escenario. Mi empresa estaba al borde de la quiebra y necesitaba urgentemente una inyección de capital. Nadie quería arriesgarse a ayudarnos por miedo a perderlo todo. Y ahí, frente a nosotros, parecía estar nuestra salvación. ¿Sería posible que Charlotte aún sintiera algo por mí y estuviera dispuesta a ayudarnos?

Finalmente, no pude evitar que mi madre insistiera en que habláramos con Charlotte. Ella había pasado de ser una simple campesina a una multimillonaria, y mi madre no quería dejar pasar la oportunidad de aprovecharlo.

Después de la premiación, la mayoría de los invitados se dirigieron al gran baile, pero Charlotte y su madre se estaban preparando para irse. Ellas solo buscaban hacer acto de presencia en ese momento; el resto podía esperar. A pesar de eso, Magdalena, siempre tan impulsiva, se acercó a ellas.

—¡Nuera! ¡Qué gusto verte después de tanto tiempo! ¿Cómo has estado? —dijo mi madre con una sonrisa forzada. Charlotte y su madre intercambiaron miradas de falsa confusión y se rieron de la situación.

—Disculpé, señora, ¿nos conocemos? —respondió Charlotte con un tono que dejaba claro su desdén, y pude ver cómo las mejillas de mi madre  se sonrojaban de vergüenza.

—¡Claro que sí, cariño! Soy tu suegra, Magdalena Maclovin —dijo mi madre, y en ese instante, deseé que el suelo se abriera y me tragara. La humillación era evidente.

Charlotte intentó fingir que no me reconocía, moviendo la cabeza como si no se acordara. Sin embargo, cuando me acerqué a ellas, su semblante cambió de inmediato. Intentó alejarse, pero su madre la sujetó del brazo, instándola a enfrentarnos.

—¡Charlotte! —exclamé, tratando de mantener mi voz firme.

Vi cómo Dora fruncía el ceño y me miraba con desdén. No podía evitar que mi presencia pareciera una invasión. Charlotte parecía nerviosa y estaba a punto de irse corriendo, pero su madre la retenía, alentándola a no huir.

—¡Ah, ya recuerdo! —Charlotte  dio una sonrisa con la comisura de sus labios —Los  Maclovin , bueno ya no soy su nuera señora, con permiso. —Charlotte  quiso irse, pero mi madre   la tomó del brazo.

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