



Ajuste de cuentas
Uno de los vendedores sacó un arma y de inmediato comenzó a devolverles el fuego a los asaltantes, mientras que el otro cayó desplomado en el suelo. Danielle no necesitó mirarlo para saber que estaba muerto.
Entonces comenzó una lluvia de disparos que retumbaban rompiendo cristales y todo tipo de objetos.
Danielle trató de correr, pero no había escapatoria. Estaba atrapada allí.
En un acto de desesperación, se lanzó al suelo. Rezó por no recibir una bala perdida. Había comida y pedazos de vidrio esparcidos por todo el lugar. Se lastimó una mano mientras andaba a gatas, pero esa era la menor de sus preocupaciones.
El otro cliente yacía a su lado. Danielle observó con horror el hilo de sangre que salía de su pecho y el charco rojo y espeso que se formaba bajo él.
Ella no podía morir así. No allí, ni tan joven. No podía ser la próxima, aún tenía demasiadas cosas por hacer.
Uno de los asaltantes recibió un disparo en el hombro derecho, pero otro terminó con la vida del vendedor restante. Fue un tiro preciso a la cabeza, que tiñó de rojo los cristales rotos del armario tras él y los pocos paquetes de ostiones que quedaban dentro.
Danielle ahogó un grito con sus manos y se encogió en una esquina, apretando las rodillas contra su pecho. Rogó al cielo para que se marcharan y la dejaran con vida.
Los disparos terminaron y el silencio volvió, solo interrumpido por los gritos provenientes de afuera. Los asaltantes no tendrían mucho tiempo antes de que llegara la policía. Danielle imploró con desesperación que al menos eso los hiciera irse. Escuchó que uno de ellos les habló a los otros. Tenía una voz ronca y masculina, pero dijo algo que ella no logró comprender: era otro idioma.
Sin embargo, no le tomó mucho tiempo adivinar el mensaje: vio de reojo que uno de ellos comenzaba a dispararle a los cuatro cuerpos ensangrentados en la habitación. Los estaba rematando, y venía directo hacia ella.
Danielle no pudo contener las lágrimas y sollozó más alto de lo pretendido. Todo su cuerpo se estremeció. Estaba aterrada y decidida a no mirar. No quería verle la cara a la muerte.
Ya no iba a graduarse de la universidad ni le iba a entregar a Elliot su regalo. Ni siquiera iría a cenar con sus padres esa noche. No habría más clases, ni música, ni películas, ni fiestas. No habría más momentos felices con sus amigos y su familia.
Nada, no habría más nada.
Pasaría a ser solo una cifra más de las tantas víctimas de crímenes violentos que aparecían en los diarios. Iba a morir.
El atacante se detuvo justo frente a ella mientras Danielle permanecía en el suelo, indefensa y rodeada de cristales rotos y de sangre. Suspiró profundamente y cerró con fuerza los ojos. Algunas lágrimas le mojaron las mejillas.
Ese sería su final, y solo podía pensar en el dolor de sus seres queridos cuando se despidieran de ella en el cementerio. Podía visualizar su tumba y escuchar el llanto de su mamá y de Catherine. Podía sentir de una manera vívida el sufrimiento de todos los que la amaban. Era desgarrador.
Uno de los otros dos enmascarados le gritó algo al que estaba frente a ella en el mismo idioma de antes. A Danielle le pareció distinguir un nombre: Vladimir, aunque perfectamente podía tratarse de una jugarreta de su mente.
Aunque no comprendía sus palabras, contuvo el aire en sus pulmones y abrió los ojos para mirar directamente a la imponente figura que tenía delante. Si iba a matarla, se llevaría consigo el recuerdo de su última mirada de miedo y de odio. Aunque sabía de sobra que a alguien como él no le importaría, de cualquier modo. Sería solo otra gota en su océano de crímenes, algo tan sencillo como respirar para un asesino tan despiadado.
Danielle se fijó en que él tenía el cabello castaño oscuro y brillante, y que unos mechones le caían sobre la frente. La pequeña cicatriz de un corte le atravesaba la ceja izquierda. Y más abajo estaban sus vibrantes ojos azules, que semejaban un mar tormentoso. Eran los más fascinantes y a la vez los más fríos que había visto en toda su vida.
Y serían también los últimos que Danielle vería.
Él subió el arma y le apuntó sin rastro de vacilación, pero Danielle no desvió la mirada, aunque su corazón estaba latiendo tan rápido que parecía que se le saldría del pecho en cualquier momento.
Entonces pasó lo peor: él apretó el gatillo y un ruido ensordecedor se adueñó del lugar. Un dolor desgarrador le invadió el pecho a Danielle y se le cortó la respiración.
Y eso fue todo. Sus pensamientos se detuvieron y una aterradora oscuridad la envolvió por completo...