Tengo que impedirlo

El sábado amaneció con una calma que se sentía casi milagrosa.

La luz dorada del sol se colaba por las ventanas del cuarto, deslizándose como caricia por las sábanas revueltas. Axel dormía a mi lado, su pequeño pecho subiendo y bajando con ritmo suave, sereno. Lo observé por un momento, como si pud...

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