32. El veneno que deseo.

Siento el aliento de Álvaro quemarme la clavícula mientras sus manos —grandes, decididas— me sujetan de la cintura. Estamos a mitad de la playa, solos, apenas iluminados por la luna y por el deseo que se volvió carne. Su boca me besa con rabia, como si no quisiera que me quede un solo recuerdo de Ja...

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