3.

Sabía que Adrián volvería, porque nunca había conocido a una persona tan obstinada como él. Siempre regresaba. Siempre luchaba hasta conseguir sus objetivos. Hasta alcanzarlos.

Hasta cierto punto, eso era admirable.

Pero en ese momento me resultó aterrador. Y más aterrador aún era el hecho de que tendría que enfrentarlo, tarde o temprano.

Yo apenas era una muchacha cuando nos conocimos. Ambos universitarios, jóvenes… pero nos habíamos enamorado. Al menos yo me había enamorado de él.

Pero él solamente me había usado.

No había sido más que una máquina de venganza para su padre, que odiaba que su hijo se involucrara con mujeres que no estuvieran en su misma clase social. No fui más que eso para él. Un capricho para molestar a sus padres.

Pero pasaron muchas cosas entre nosotros, y en algunos momentos llegué a pensar que él también me amaba. Y con el amor enorme que le tenía, firmé ese contrato.

Me había dicho que no era más que un contrato de confidencialidad. Su familia tenía mucho poder y mucha influencia. Su apellido era muy mediático. Me dijo que hacía firmar un contrato como esos a cada mujer con la que salía, pero que conmigo era especial.

Imaginé que le diría eso a todas. Pero aquel capricho para molestar a sus padres… se salió de control.

Mientras el autobús avanzaba, cerré los ojos y sacudí la cabeza, para espantar los pensamientos, los recuerdos que me atormentaban. La última noche en que lo había visto había sido la noche más horrible de mi vida.

Recordaba el golpe. Y la sangre.

Jamás en mi vida había visto tanta sangre. Y era aterrador saber que venía de mí. Que era mi propia sangre la que emanaba de mi cuerpo.

El desmayo.

Despertar en un lugar que no conocía.

En una camilla estéril. En un hospital a las afueras de la ciudad.

La voz del doctor.

—Acaba de perder a su bebé. Tuvo un problema muy grave. Lamento decirle que nunca podrá volver a quedar embarazada.

Mis ojos se llenaron de lágrimas.

Había aceptado aquella realidad. Había aceptado que había estado embarazada de Adrián. Y que él mismo se había encargado de hacer que perdiera a su propio hijo.

¿Tendría el valor para mirarlo a los ojos y decirle eso? ¿Decirle que yo ya había llevado en mi vientre a la sangre de su sangre? ¿Y que lo había perdido? ¿Y que aquella pérdida me había dejado estéril para siempre?

Pero si le decía eso… sería incumplir el contrato. Tendría que pagar la multa millonaria. Si no, la cárcel. Y cualquiera de las dos significaba la muerte de mi abuelo.

Cuando llegué al hospital, las enfermeras me reconocieron y me dejaron pasar. Era un rostro familiar en aquellos pasillos. Cuando llegué, mi abuelo estaba dormido. Ya era un poco tarde en la noche y no quise despertarlo, pero necesitaba verlo.

Tomé su mano entre las mías y lo contemplé, horrorizada.

—Lo siento —le dije despacito, para no despertarlo—. Pero creo que tengo que hacer esto. Adrián no tiene por qué darse cuenta de que yo no puedo tener hijos. Probarán una y otra vez, y yo no podré quedar embarazada, hasta que eventualmente se cansará y me dejará libre. Es la única opción.

Le di un beso a mi abuelo como despedida y me marché a casa.

Tenía que despertarme temprano para trabajar. Porque a pesar de que yo accediera a intentar tener un hijo de Adrián, y de que sabía que aquello no iba a funcionar, tenía que seguir trabajando. Porque las cuentas no se pagaban solas.

Estaba sentada en la pequeña mesa, comiendo los últimos dos huevos revueltos que tenía en el refrigerador, cuando un par de nudillos tocaron la puerta.

Cuando abrí la puerta, lo reconocí a pesar de que habían pasado muchísimos años. Era Gabriel. El chofer de Adrián.

—¿Gabriel? —le dije, sorprendida.

—Señorita Matilde, es un gusto volverla a ver. Vengo para acompañarla a la mansión.

Yo abrí los ojos, sorprendida, y negué con la cabeza.

—¿Mansión? ¿De qué carajos estás hablando?

El hombre se encogió de hombros.

—Fue una orden del señor Adrián. Me pidió que viniera por usted, para llevarla a la mansión y presentarla a la familia esta noche.

Dí dos pasos atrás, conmocionada.

¿Qué clase de juego ridículo estaba jugando Adrián? ¿Presentarme a la familia? ¿Cómo me presentaría?

"Hey, familia, esta es mi exnovia. ¿La recuerdan? Ustedes la humillaban y trataban mal por ser pobre. Pues ahora va a darme un hijo porque firmamos un contrato."

En aquella época, todo eso me había parecido absurdo. Así que negué.

—Claro que no. ¿Cómo se te ocurre? ¡Yo no voy a volver a ese lugar! ¿No viste cómo salí la última vez?

El hombre, ya un señor, con canas que perfilaban casi por completo su cabeza y con su perfecto e impoluto traje —marca de su personalidad— me miró con la misma amabilidad de siempre. Nunca opinaba, nunca iba más allá. Era como un robot. Cálido, amistoso, tal vez. A veces un poco cariñoso. Pero nunca más allá.

—La verdad… yo no lo sé —me dijo—. Yo solo cumplo órdenes, recuérdelo. Lo mejor que puede hacer es tomar sus cosas e ir conmigo. Conoce muy bien a Adrián. Sabe que se pondrá un poco loco si no va. Será capaz de venir él mismo por usted.

Yo asentí. Tenía razón.

Era mejor terminar con todo eso de una vez. Decirle que sí, que aceptaría darle un hijo, pero que no iría nada más allá.

—Espérame aquí, Gabriel —le ofrecí un jugo de mora que tenía en el refrigerador, y después de una corta ducha, me puse un vestido bonito. Algo no tan formal, pero tampoco tan informal. Un punto neutro. Da igual lo que me pusiera, sabía que los Almeida me mirarían por sobre el hombro.

¿Por qué Adrián estaba dispuesto a someterme de nuevo a aquellas humillaciones?

Sabía que eso era lo que pasaría. Pero yo entendía. Yo no le importaba en absoluto. Lo único que quería era su hijo.

Para empezar… debía averiguar por qué.

Tomé mi pequeña bolsa, empaqué mi teléfono, mis tarjetas de identidad y los últimos billetes que tenía en el bolsillo. Y cuando salí a la sala, Gabriel se quedó mirándome.

—¿Ese es todo su equipaje? —me preguntó, un poco sorprendido. Se puso de pie y dejó el vaso vacío sobre la mesita de enfrente.

—¿Pues a qué te refieres?

El hombre suspiró profundo.

—Pensé que el señor Adrián se lo había explicado. Usted no va a pasar la noche con los Almeida en una cena. Lo que el joven pretende… es que usted se vaya a vivir con él esta misma noche.

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