CAP 3

CAPITULO 3

Me miró sin saber qué decir después de mis palabras bastantes sugerentes. Se quedó ahí, con los labios entreabiertos y los ojos llenos de confusión. Yo solo sonreí, me acerqué a su cuello y dejé un beso suave en su piel.

—La puerta de mi habitación estará abierta si quiere revisar a su paciente, doctor —le guiñé un ojo antes de darme la vuelta y marcharme.

Al cerrar la puerta de mi habitación, puse seguro. Mi corazón latía más rápido de lo normal. Me senté en la cama, necesitaba respirar. Jugar con fuego era más adictivo de lo que imaginaba, pero todavía no estaba lista para quemarme. Aún era virgen, y aunque la tentación empezaba a rozarme los límites, no planeaba entregar mi cuerpo así, sin más.

El propósito siempre era la venganza.

Me gustó más de lo que esperaba besarlo. Mucho más. Tomás no era solo atractivo, era brillante. Lo había admirado desde antes de conocerlo en persona. Sabía de su carrera en pediatría, de su compromiso con causas humanitarias, de todo lo que representaba. Y al verlo en carne y hueso, supe que era aún más interesante de lo que cualquier artículo podía decir.

Escuché que alguien intentó abrir mi puerta. Contuve el aliento. Él sí quería entrar. Él, un hombre maduro, elegante, seguro de sí, deseaba estar conmigo. Me quedé en silencio. Dejé que pensara que me había quedado dormida. Al rato, escuché sus pasos alejarse.

No quería jugar con los sentimientos de nadie. Pero ver a esa mujer incómoda, me hizo sentir una satisfacción que me llenó el pecho. Recordé sus palabras en el hospital despreciando a los que no tenían el dinero suficiente para merecer su hospital. Esa mujer necesitaba saber lo que era perder el control.

Me levanté temprano, me duché y salí del baño con la toalla apenas cubriéndome. Me asomé hacia el pasillo que daba a la mansión… quería provocar a Carlos. Él me vio. Se acercó. Fingí sorpresa, solté la toalla. Su mirada bajó por todo mi cuerpo. Fue descarado, lujurioso.

Tomé la toalla y corrí a mi habitación riendo por dentro. Me vestí. Era sábado. No tenía universidad, pero los demás sí tenían planes. Las gemelas iban a una fiesta, Carlos tenía que hacer trabajos en casa de una amiga, Kevin tenía tenis. María y yo nos quedaríamos solas. Decidí ayudarla con los quehaceres antes del desayuno. Ella conocía bien a la familia.

—¿Por qué se fue la empleada anterior? —pregunté sin rodeos.

—No me lo quisieron decir —susurró mirando hacia los lados—. Aquí todo es un secreto. Vas a tener que acostumbrarte.

—¿Me sirves el desayuno aquí con ustedes? —la voz de Tomás me hizo temblar las manos. Apenas y lo conocía, pero ya me tenía nerviosa de una forma que odiaba admitir.

Me giré fingiendo seguridad y me senté frente a él. María se retiró. Él se ocultaba tras su periódico.

—¿Te dormiste temprano anoche? —preguntó sin mirarme.

—Sí, pero no siempre será igual —sonreí con descaro. Tomé una banana y comencé a jugar con ella entre los labios. La niñera del doctor estaba jugando un juego peligroso.

Sus mejillas se tiñeron de rojo. Me quité el zapato y llevé mi pie hacia él, rozando su entrepierna. Aún no era buena seductora, pero mis amigas decían que un buen juego mental podía más que una noche completa. Yo solo estaba poniendo a prueba lo que me habían contado.

Sentí cómo reaccionaba bajo mi pie.

—¿Por qué no fue con su esposa? —pregunté con una sonrisa pícara.

—Sabes la respuesta —dejó el periódico—. No te detengas.

Sus manos apretaban los bordes de la mesa, su mandíbula marcada por la tensión. Seguí acariciándolo mientras miraba hacia la cocina, esperando que María no volviera. Él lanzó un gemido, su frente húmeda, sus ojos oscuros de deseo, se vino y no saben cómo me excito.

Yo también estaba encendida. Mi ropa interior estaba empapada. Lo deseaba, en un día, el doctor Tomás se me estaba metiendo en la cabeza y me di cuenta que no era buena con el juego.

Se acercó y me besó sacándome de mis pensamientos

—¿Vamos a tu habitación? —sus manos subieron por mi blusa.

Estuve a punto de decir que sí, pero negué con la cabeza, si caía en su red tan pronto no lo tendría en mis manos.

—Todo tiene su tiempo —susurré.

Él no se detuvo. Me jalo de la mano, y yo como una tonta lo seguí, camine tras el, Me llevó al estudio, cerró la puerta.

—¿Qué es lo que quieres? ¿Un Sugar? —alzó una ceja—. A mi hijo le importas, y esto… esto no está bien, porque desde anoche no dejo de pensar en ti.

—¿No está bien? Pero anoche quisiste entrar a mi habitación —reí suavemente—. No quiero un Sugar ni ser tu amante. Soy pobre, sí, pero no una mujer de esas. Si no quieres seguir, lo dejamos aquí.

Di unos pasos hacia la puerta, pero me tomó del brazo y me besó de nuevo. Me levantó y me sentó en su escritorio. Su boca devoró la mía. Bajó por mi cuello, mis gemidos fueron inevitables. Metió su mano en mi pantaleta.

—Soy virgen —le dije, jadeando.

Me miró sorprendido, era obvio que le sorprendiera después de este juego intimidante que arme para el.

—Eres sensualidad pura —murmuró. Su sonrisa al descubrir que estaba húmeda me hizo cerrar los ojos. Me acarició con ternura y firmeza.

—Se siente... Bien —logre decir con los ojos cerrados.

El me estaba masturbando suave y firmé, me encantan saber que me miraba con intensidad.

Gemí. Fue involuntario. Su tacto era todo lo que no sabía que necesitaba, para sentir que el aire se me iba de los pulmones.

Mis piernas temblaban, mis manos se aferraban al borde del escritorio. Tuve mi primer orgasmo.

Fue una experiencia única, como si mi cuerpo me dejara.

—Te viniste rico —sonrio y me dió un besó largo.

—Quiero hacerlo —le dije con los labios entreabiertos, bajando mi pantaleta.

Estaba perdida en el deseo de ese momento, maldita sea algún día tenía que perder mi virginidad, si era con el propósito de la venganza ¿Por qué no ahora?

El sonrió, empezó a abrir su bragueta con su erección dura y perfecta.

Pero justo cuando iba a entrar en mí, María golpeó la puerta.

—La señora ya llegó. Vístanse.

La magia se rompió, y lo peor es que María sabía lo que estaba pasando detrás de esa oficina.

Me vestí rápido y regresé a mi habitación. Me odiaba un poco. ¿Qué estaba haciendo? Este juego podía destruirme más a mí que a ellos. Yo había venido a vengarme, no a enamorarme de mi objetivo.

Esa noche, Carlos me invitó a cenar. Rechacé su invitación con una sonrisa triste.

—Tu mamá tiene razón. Soy solo una empleada. Mejor ceno con María, no podemos hablar con tanta cercanía.

Carlos me tomó de la mano, y me jalo hacia el.

—Quiero que seas mi novia… y algún día mi esposa. Estoy enamorado de ti y te daré un lugar en esta casa.

Pero lo esquivé, dándole un pequeño empujón.

—Lo mejor es que tomemos distancia, ¿sí? Este trabajo es importante para mí. ¿Lo entiendes? No tengo dinero, tu madre me pagará la carrera, y me dará dinero.

Él asintió con tristeza.

—Mi mamá tiene la culpa —murmuró antes de marcharse y darle un golpe a la pared.

María me sirvió la cena para las dos. La miré fijo, necesitaba tenerla de mi lado.

—¿Vas a pedirme algo a cambio de tu silencio? Se que sabes lo que hacíamos en el

estudio.

—Sí —sonrió—. Ayúdame a destruir a esa señora… y tendrás a una aliada. ¿Trato?

Me tendió la mano.

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