CAP 4

Capítulo 4

Ambas sonreímos. Era evidente que estábamos en sintonía, aunque ella parecía tener un plan más estructurado que el mío. Pero yo no pensaba ser parte de su juego. Si alguien iba a mover las piezas, sería yo. No sería una ficha. Sería la ajedrecista.

—¿Por qué? ¿Qué razón tienes para odiarla? —pregunté mientras tomaba un sorbo de agua. La observé con atención, queriendo saber si sus intenciones podían alinearse con las mías o si solo era otra trampa.

—No puedo decírtelo… —respondió tras una pausa—. Pero créeme, tengo razones igual de fuertes que las tuyas. Esa mujer no es fácil de derrotar —frunció el ceño con una mezcla de rabia y resignación.

Esa noche acordamos vernos en mi habitación para hablar sin interrupciones. María parecía saber mucho más de lo que yo imaginaba. Hablaba de esa mujer con un rencor que calaba, si tenía el mismo rencor haríamos un gran equipo.

En la noche escuche un golpeteo en la habitación, abrí y era ella.

—¿Qué sabes realmente de ella? —pregunté al cerrar la puerta con llave.

—Su clínica atiende a narcos, y estoy convencida de que lava dinero… aunque no he encontrado pruebas en su computadora —contestó encendiendo un cigarrillo, sin mirarme.

Yo bajé la miradaz me preguntó que me hizo, por un momento dude pero si era mi aliada, quise dar un paso de confianza.

—Esa mujer rechazó atender a mi hermana porque no teníamos dinero. Desde entonces, solo quiero verla caer. Pero no sé si este es el camino correcto… —confesé, bajito, con la culpa arañándome el pecho. Tomás… lo que sentía por él me confundía. Me hacía temblar con solo tocarme. Me había hecho sentir viva, completa… y casi entregarme a él fue tan natural como respirar.

—Es el único camino. Sus hijos son su punto débil. Su esposo, su kriptonita. Ella presume su estatus por él. Si lo pierde, ella se derrumba —la mirada de María se tornó oscura. Ya no era la chica dulce del pueblo que cuidaba cabizbaja a la señora . Algo en ella mostraba frialdad, su verdadera cara.

Me acerqué y tomé su mano.

—¿Qué quieres? ¿Por qué la odias tanto?

—¿No vas a juzgarme? —preguntó alzando una ceja, insegura.

Negué. ¿Cómo iba a juzgarla, si yo estaba metida hasta el cuello en esta venganza?

—Mi hermana trabajó aquí. Fue amante de Martha de Harrison —empezó con la voz temblorosa—. Ella la sedujo, sabiendo que era lesbiana, solo para entregársela a su amante. Un idiota sin rostro que le exigía tríos. Cuando mi hermana ya no le sirvió, la dejó. Y ella… se quitó la vida. Se enamoró de esa mujer y murió por ella.

Me quedé helada.

—¿Tienes pruebas?

—Una carta. Es lo único que me queda de ella. Lo leí mil veces, buscando una manera de hacer justicia. Pero él… ese tipo ni siquiera existe en los registros de Martha. Es como un fantasma.

La abracé fuerte. Lloramos juntas por nuestras hermanas. La impotencia nos unía. Ese dolor era una herida abierta que ninguna de las dos había podido cerrar.

Los días siguientes se me hicieron eternos. Mi promedio en la universidad comenzó a bajar, y mi mente no encontraba descanso.

—Sacaste dos. Tienes que concentrarte más —me advirtió la profesora de anatomía, mirándome con decepción.

Carlos se enteró de mi caída académica y no tardó en buscarme.

—¿Es por el trabajo? Puedo ayudarte, no soy un genio pero…

—No, Carlos. Ya te dije que entre nosotros debe haber distancia. No quiero perder este empleo. Y además… conocí a alguien más.

Su rostro se tensó. Me agarró del brazo, molesto.

—¿Quién es? Pensé que entre nosotros había algo real. Yo… estoy enamorado de ti.

Me limité a bajar la mirada.

—Tú y yo venimos de mundos diferentes. Soy la niñera de tus hermanas, Carlos. Y yo siento algo por ti, tu sabes que quería entregarte mi virginidad, pero ... Eso es todo.

—¿Esto es por mi mamá? —gritó antes de golpear la pared—. No sabes cuánto la odio por mantenernos lejos.

—No le digas nada. Puedo perderlo todo. Tú nunca has pasado hambre, pero yo sí —le dije con la voz temblorosa —No puedo perder esta oportunidad

Accedió a guardar silencio. Me pidió tiempo para encontrar una solución, y lo dejé con esa esperanza. Carlos no merecía esto, pero era una pieza más en el tablero

Ese día libre volví a casa. Con lo que había ganado, pagué algunas cuentas y le dejé algo de comida a mi mamá. Ella se arrodilló, suplicándome dinero para alcohol.

—Por favor, hija…

—¡Mi hermana está muerta! ¡Acéptalo! —le grité con el alma rota —Si quieres acabar tu vida en el alcohol, trabaja y consíguelo, yo solo me hago responsable de lo que puedo arreglar.

Se quedó quieta, fui duda lo de, Nos miramos y lloramos. El dolor era brutal, pero tal vez necesario. Después se quedó dormida y yo me senté junto a ella, deseando que algo cambiara.

Fui a buscar a Max. Quería agradecerle por lo que hacía por mi mamá, en mi ausencia la cuidaba aunque ya no era su responsabilidad, pero también necesitaba verlo.

—No hagas una locura. Esa mujer no vale tu vida —me dijo mientras sostenía mis manos.

—Quiero justicia. Eso es todo —le respondí, aunque por dentro, ya no sabía ni quién era.

Caminamos hasta el muelle. Él insistió en saber mi plan, pero si se lo decía, trataría de detenerme. Ya tenía a Tomás cayendo, Carlos perdido, y solo me faltaba Kevin. Los hombres de su vida eran mi arma.

—Tu hermana me pidió que las cuidara… y no sé cómo hacerlo si te estás destruyendo —dijo con el corazón roto.

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Dudé por primera vez, pero no podía parar.

—Tengo que hacerlo. Y aunque no me apoyes, lo haré sola.

Max me tomó del mentón y me besó suavemente. Un fuego me recorrió el pecho, y me deje llevar un momento, pero me separé y Le di una bofetada.

—¿Qué estás haciendo?

—Estoy enamorado de ti… desde hace meses —confesó, bajando la mirada.

—Entre nosotros solo puede existir una amistad. Nada más, eres como el viudo de mi hermana —me alejé de él sin mirar atrás.

Corrí, con el corazón acelerado, hasta que escuché un claxon detrás de mí.

Volteé y lo vi, era Tomás.

Su rostro estaba tenso, sus oj

os encendidos con algo de rabia.

—¿Es tu novio? —pregunto desde el auto, y note que estaba celoso

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