CAP 5

Capítulo 5

—¿Es una escena de celos? —le solté con ironía, cambiando mi expresión de desconcierto por una sonrisa pícara. La sonrisa que sabía perfectamente cómo desarmarlo.

—Claro que no —dijo, tenso—. Los vi... vi que se besaron. No sabía si te forzó. Esa cachetada decía otra cosa odio que se aprovechen de las mujeres —frunció el ceño, esperando mi respuesta con ansiedad.

Sonreí mientras el viento jugaba con mi cabello.

—Nadie se aprovecha de mí. Cada paso que doy está calculado —susurré antes de besarle los labios y subir al auto.

Había algo en Tomás que me hacía sentir… viva. Ese tipo de hombre que impone respeto con solo entrar a una habitación, pero al que una mujer le había robado la seguridad. Su esposa. Esa mujer a la que yo quería destruir.

—¿Vamos a casa? —preguntó sin mirarme, con los dedos tensos en el volante.

Me incliné hacia su cuello, le dejé un beso suave.

—Los dos sabemos que no queremos ir a casa —murmuré mientras deslizaba mi mano sobre su pantalón. Su cuerpo respondió de inmediato. Me detuve, respirando hondo—. Quiero un helado... no pienses mal —reí.

Suspiró y condujo hasta un centro comercial a las afueras de la ciudad. Estaba pendiente de que nadie lo siguiera. Ser visto conmigo podía arruinarle la imagen, y ambos lo sabíamos.

—¿Por qué me seguiste? —pregunté mientras saboreaba el helado con lentitud.

—Quería saber si estabas bien. Te he notado distraída. Me preocupas… solo quiero cuidarte. ¿Eso está mal? —acarició mi mejilla y limpió el sirope con la yema de sus dedos.

—Está mal... porque ni siquiera sé qué somos. Nos gustamos, es obvio. Pero tú estás casado y yo... soy solo la niñera —murmuré, mientras dejaba pequeños besos en su cuello.

Él cerró los ojos.

—Quiero que seas mi sugar baby. Nunca he tenido una amante, pero puedo darte todo: una tarjeta, un apartamento, pagar tu universidad. Solo quiero que salgas de casa.

Desvié la mirada, fingí indignación.

—¿Crees que estoy aquí por dinero? Me ofendes. No soy una interesada —mi tono fue perfecto, tan creíble que hasta yo dudé por un segundo de mis intenciones—. Mejor volvamos a casa.

—Perdón... no quise ofenderte. Es solo que… todo esto es nuevo para mí —confesó bajito, con honestidad en los ojos.

Tomé su mano y lo llevé a caminar. Hablamos como dos adolescentes enamorados. Le conté mis cosas, él las escuchaba con tanta atención que me sentí especial, importante. ¿Cómo era posible que alguien como él me mirara así?

Entonces, un hombre pasó demasiado cerca de mí. Me tocó el trasero sin pudor y se dirigió a Tomás.

—Adiós, suegro —soltó con una sonrisa sucia.

No supe qué hacer. Me sentí expuesta y humillada. Quise desaparecer.

Tomás reaccionó como una fiera. Lanzó su helado al piso y se abalanzó sobre el tipo a golpes. Tuvieron que separarlo entre varios. Nunca lo había visto así

En el auto, mientras le limpiaba la camisa manchada, él reía.

—Se lo merecía, ese imbécil.

Lo miré. Sus ojos azules seguían chispeantes. Le tomé el mentón y lo besé. Un beso que no planeé. Un beso real lejos de todo mi plan

—¿Estás bien? —me preguntó, confundido por la intensidad del momento.

Lo silencié con otro beso, Sentí su cuerpo tensarse, Nuestros labios hablaban más que cualquier palabra.

—Te mereces un regalo —le susurré cerca del oído, con la voz más baja y provocadora que me salió.

Sin darle tiempo de reaccionar, bajé mis manos hasta su cinturón, deslicé el cierre con lentitud, disfrutando cómo se le marcaban las ganas en la mirada. Saqué su erección con cuidado, con hambre, con deseo. Estaba duro, palpitante por mi.

Lo tomé con la mano, jugueteando con la punta mientras lo observaba, lamiéndome los labios como si fuera mi postre favorito. Le di una primera lamida larga, provocadora, desde la base hasta el glande. Él soltó un gemido contenido. Me encantó.

Abrí la boca y lo envolví lentamente, sintiendo su grosor llenar mi lengua, explorando su sabor con cada succión. Mis labios se deslizaban por su carne caliente, mientras mi lengua danzaba en círculos sobre su punto más sensible. Lo escuchaba gruñir, jadeaba con fuerza, se retorcía en el asiento.

Cuando me agarró del cabello, supe que lo tenía rendido. Lo dejé guiar mis movimientos, marcando el ritmo que más le gustaba. Mis labios lo apretaban, lo soltaba para volver a saborearlo, para provocarlo aún más. Mis babas resbalaban por su piel, haciéndolo más sucio, más caliente.

No era una experta, pero en ese momento me sentía como una diosa en su altar. Su cuerpo hablaba claro. Lo tenía temblando, gimiendo, sus caderas se movían al compás de mi boca como si necesitara más y más.

Cuando explotó con un gemido ronco, sentí su placer estallar en mi boca, en mis labios, en mi pecho. Jadeaba, sudaba, me miraba como si acabara de darle el mejor orgasmo de su vida.

Y quizás sí, porque yo misma había quedado empapada.

Él sacó un pañuelo —como los que usaban los hombres decentes, según decía mamá— y limpió con cuidado mi camisa manchada de su semilla.

—Gracias, preciosa —me besó con dulzura.

Tomás me miró con esos ojos oscuros, aún nublados de placer, y me acarició la mejilla con ternura.

—Ahora me toca a mí —murmuró, su voz grave.

Me recostó en el asiento con suavidad, deslizó su mano por mi muslo y levantó mi falda sin prisa, como si estuviera desenvolviendo un regalo que llevaba tiempo esperando. Mi ropa interior estaba completamente empapada. Me la quitó con facilidad y sus dedos encontraron mi humedad.

—Estás tan mojada... —dijo, con una sonrisa de satisfacción, mientras sus dedos se abrían paso entre mis pliegues con precisión quirúrgica.

Gimoteé cuando rozó mi clítoris con la yema de su dedo, primero suave, después con un ritmo que me hizo arquear la espalda contra el asiento. Su otra mano se coló por debajo de mi camisa, acariciando mis pechos mientras sus labios besaban mi cuello.

Deslizó dos dedos dentro de mí, Me invadió una oleada de calor. Empezó a jugar con mi punto más sensible, Mi respiración se cortaba, el cuerpo temblaba.

—Déjate ir... —me susurró al oído, sin dejar de moverse dentro de mí.

Y entonces lo sentí. El cosquilleo, la presión, el desborde inminente. Un gemido ahogado se me escapó de la garganta cuando el orgasmo me estalló como una ola violento, Un chorro de placer brotó de mí, empapando su mano, el asiento, y el auto

Me tapé la cara, jadeando.

—Lo siento… yo no sabía que podía… —balbuceé, con el cuerpo temblando y las piernas aún abiertas.

Tomás me besó con una mezcla de asombro y deseo renovado.

—Acabas de hacer lo más hermoso que he visto en mi vida —dijo, lamiéndose los dedos, sin apartar los ojos de mí.

—Tranquila. Mañana lo limpio —me dijo con una sonrisa tierna—. Solo dime… ¿te gustó?

No pude responder. Solo asentí.

Seguimos besándonos camino a la ma

nsión. Se desvió a la zona montañosa, detuvo el auto, y nos pasamos al asiento de atrás.

Esto no paraba

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